Cristian Alberti, comunicador, docente e investigador de la Universidad Nacional de Rosario, analiza los discursos en torno al HIV-SIDA, desde sus orígenes hasta la actualidad. Reflexiona en torno a la estigmatización, el rechazo, el rol de la industria farmacéutica y el Estado.
El Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (SIDA) irrumpió en el ámbito público hace poco más de cuarenta años; cuatro años después se conoció qué causaba la enfermedad, y se determinó la diferencia entre el virus VIH y el síndrome, SIDA.
Cristián Alberti, activista pro-sexo, licenciado en Comunicación Social y docente en la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UNR, considera que en el imaginario social el SIDA se asocia a la homosexualidad, “cuando, en realidad, la identidad de las personas infectadas no es determinante, lo que importa son las vías de transmisión; es un virus que se propaga por la sangre y los fluidos genitales. Hay unas prácticas que conllevan más riesgo que otras, pero ninguna persona sexualmente activa está exenta de contraer el virus, sea homosexual, hétero, trans, lesbiana”.
El comunicador sostiene que, desde sus comienzos, el SIDA se convirtió en un un elemento para disciplinar a las sexualidades disidentes. “El primer emergente del discurso mediático fue la instalación de una enfermedad homosexual; primero se llamó ‘Cáncer Gay’, cuando todavía no se sabía que era el VIH el que causaba el Síndrome, y después empezó a ser la ‘Peste Rosa’. Y lo que se buscaba era englobar bajo el discurso del SIDA a las identidades de sexo disidentes. Identidades que venían ganando espacio público y que habían empezado a disputar cierto relato sobre la sexualidad, el ejercicio de los placeres, del sexo como comunicación, como trabajo, como posibilidad de encuentro, y no sólo como una práctica de reproducción de la heterosexualidad”.
Durante mucho tiempo, el diagnóstico de VIH se convirtió en una sentencia de muerte y llevó a la culpabilización y a la estigmatización de quienes se infectaron. “Hubo que replegarse nuevamente a la monogamia, a la familia nuclear, y esas sexualidades que venían conquistando derechos, disputando los límites de lo posible en términos identitarios y sexuales, quedaron cubiertas bajo ese velo de culpa, enfermedad y anormalidad” señala Alberti.
El investigador considera que, en la actualidad, el Síndrome ha ido perdiendo agenda pública, “sólo se habla cuando llega el 1º de diciembre, o cuando surge alguna noticia amarillista. Es necesario hablar del SIDA desde la salud sexual y de la expectativa de vida”. Para el comunicador social “todavía hay ciertos imaginarios que hacen que la vida con VIH siga siendo una vida de armarios, porque es una condición crónica, estigmatizada y asociada a ciertas identidades sexuales, y sobre eso hay que batallar, ya que no sólo genera discursos de odio, sino que deja en un estado de desinformación a un conjunto de la población que cree que no corre riesgos de infectarse”.
En este sentido, Alberti aclara que “en el ejercicio de la sexualidad siempre aceptamos riesgos, pero esto debería darse desde la información, conociendo y pudiendo elegir. La información tiene que estar disponible y ser de conocimiento de todas las personas para que el ejercicio de la sexualidad sea más placentero, un poquito más libre y experimental, como debería ser la sexualidad en términos de potencia, comunicación y encuentro”.
El hecho de que, aún después de quince años de su promulgación, la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) no se haya implementado en muchas instituciones educativas expresa mucho del discurso sexual que socialmente se sostiene. “De la sexualidad se está hablando constantemente; en la actualidad, creo que se hace desde la culpabilización de los placeres, desde la normativización de la identidad heterosexual. Entonces, hay que insistir en la implementación de la ESI porque no sólo nos posibilita pensar otros usos de la sexualidad, sino que nos da información acerca de cuáles son los riesgos que se contraen en el ejercicio de los placeres” resalta el docente.
En la Argentina hay 136.000 personas que conviven con el virus, pero se considera que hay un 17% de las personas infectadas que no lo sabe, y el 30% de los diagnósticos se realiza en estadios tardíos, lo que afecta la calidad de vida de las personas infectadas.
“Muertes a causa del SIDA siguen existiendo, y esto me parece que es un dato que hay que remarcar, porque los que siguen muriendo por HIV son las poblaciones más vulnerables y empobrecidas, que llegan tarde a los diagnósticos y, entonces, el síndrome ya avanzó y las enfermedades marcadoras también. Siempre insisto con una reflexión que habla del SIDA como un espejo en el cual se reflejan las vulneraciones y las desigualdades de la sociedad. Si nos ponemos a pensar en términos epidemiológicos, las poblaciones más vulnerables son las usuarias de drogas intravenosas y las mujeres travestis, trans y transgénero; esas son las poblaciones que más diagnósticos positivos presentan y más riesgos de muerte tienen”, señala el investigador.
Alberti considera de mucha importancia develar el rol de la industria farmacéutica en administrar la salud y la enfermedad a nivel global; sostiene que en el caso del SIDA no hubo inversión en la investigación, ya que se trataba de una población que no estaba dentro de los intereses públicos ni privados y no generaban renta.
Plantea que la pandemia de COVID puso al descubierto el modo en que el poder farmacéutico rentabiliza la vida, “con la pandemia hubo una naturalización de eso que veníamos discutiendo: los activismos seropositivo, el poder de la industria farmacéutica, los laboratorios interviniendo en la legislación de los países como requisito para darles la vacuna; ese poder empieza a construirse a partir de la crisis del SIDA y la falta de respuesta para evitar las muertes”.
En este sentido, destaca la importancia de que se trate en el Congreso, después de que perdió estado parlamentario en dos oportunidades, la nueva legislación que reemplace la Ley Nacional de SIDA, sancionada en 1990. “Para esa época era una ley de vanguardia, que hace valer el derecho a la salud de todas las personas que vivimos con VIH y muchos de los derechos que hemos conquistado fueron en base a esa ley; pero el contexto cambió, hay otras necesidades. La nueva ley tiene su espíritu enmarcado en un enfoque de derechos humanos y uno de sus puntos es declarar de interés nacional la producción pública de los medicamentos, así como marcar la cura como horizonte y promover investigaciones en ese sentido”.
En la actualidad, el tratamiento está compuesto por una combinación de diferentes medicamentos que evitan la replicación del VIH; no cura la infección, pero evita que el virus se multiplique y afecte la salud de la persona infectada. Es crónico, una vez que se empieza el tratamiento es necesario tomarlo de por vida.
“Desde los activismos insistimos en la cura; obviamente que hay que apostar a la prevención y al acceso de los medicamentos para las personas que viven con VIH y SIDA en la actualidad, porque corren riesgo de muerte si no se medican. Pero también remarcar que no queremos depender de las pastillas de por vida, por el altísimo costo, las dificultades del acceso y, sobre todo, por los efectos secundarios que tiene esa medicación en el cuerpo. Por eso queremos la cura del VIH, y creemos que es posible. Obviamente, faltan los incentivos políticos y económicos para lograrlo”, destaca Alberti.
Desde 1988, todos los primeros de diciembre se celebra el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA, una fecha que sirve para volver a poner al Síndrome en el espacio público y promover el diagnóstico, aunque las campañas suelen tener una impronta puesta en la prevención, más que en plantear políticas para las personas que ya viven con VIH, y habilitar la reflexión en torno a “qué presentes pueden discutir y qué futuros pueden imaginar”.
Fuente: Argentina Investiga