San Salvador es considerada la capital del arroz. Sin embargo, esta actividad agrícola repercute negativamente en el ambiente y en la salud de sus pobladores.
San Salvador es una ciudad que se encuentra en el centro este de la Provincia de Entre Ríos. Desde 1951 se la considera la Capital Nacional Arrocera (75% de la industria relacionada con el arroz se concentra en esta ciudad). Actualmente, cuenta con alrededor de 20 molinos que elaboran, almacenan y comercializan arroz, soja, maíz y sorgo.
No obstante, el molino, insignia del pueblo, comienza a ser visto como una amenaza de peligro para la habitabilidad. Al respecto, un trabajo del Departamento de Geografía del CONICET explora cómo el avance del agronegocio afecta aquella relación de proximidad entre el campo, el molino y la ciudad. Así, se indaga cómo se encarna en el cuerpo de los pobladores y en sus discursos los costos de este modelo de desarrollo.
Zona de sacrificio
Cada marzo en San Salvador se comienza a procesar el arroz. En consecuencia, se genera una bruma que envuelve a toda la ciudad. Durante los últimos 15 años sus pobladores empezaron a preguntarse sobre la conexión entre este polvillo y la alta tasa de enfermedades cancerígenas y respiratorias. El polvillo de los molinos arroceros, junto con las fumigaciones de los campos y las cloacas son los principales focos de contaminación. Mara Duer, socióloga y autora de este trabajo, explica que la ciudad se consolida como ‘zona de sacrificio’ donde el desarrollo resulta asociado a la degradación de los cuerpos y el ambiente. “Esta disposición sacrificial se establece como efecto colateral del modelo de desarrollo del agronegocio al que la población está expuesta a través de la contaminación del aire, de la tierra y el agua por cercanía a los molinos”, asevera Duer.
Asimismo, otro trabajo realizado en 2016 por la Universidad Nacional de la Plata determinó la presencia de 31 plaguicidas en agua, aire y suelo. Específicamente se encontró concentración de glifosato y aminofosfonato ácido aminometilfosfónico en los suelos y sedimentos afectando áreas urbanas. Los mayores valores fueron identificados en el noreste de la ciudad (terrenos donde antes había una pista de aterrizaje de aviones fumigadores, hoy conocido como barrio Centenario).
Contaminación encarnada
En el mismo sentido, un informe de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario del 2016 indicó que la principal causa de muerte en San Salvador en los últimos 15 años es el cáncer, principalmente de pulmón. Además, se identificó una preponderancia de enfermedades crónicas como el asma, rinitis alérgica, dermatitis atópica, migraña y litiasis en el aparato urinario. Durante los últimos cuatro años casi el 40% de las personas fallecidas fueron víctimas de cáncer. A nivel provincial, según los datos publicados por el Instituto Nacional del Cáncer (INC), en 2017 Entre Ríos ocupó el segundo lugar en fallecimientos de hombres por cáncer, con 140 casos cada 100.000 habitantes. La media nacional fue, en ese mismo año, de menos de 120 casos.
El informe de la Universidad Nacional de Rosario mencionado concluye que, a pesar de contar con evidencia científica realizada específicamente para la ciudad de San Salvador sobre la afectación de los cuerpos por los molinos y la actividad agroindustrial, la población no ha desarrollado una resignificación sobre el territorio y el régimen de producción.
Frente a esto, Duer explica que las subjetividades de las personas emergen, no como una forma consciente, sino como una experiencia física construida a través de discursos y expresiones performáticas. “Estos ‘discursos encarnados’ normalizan enfermedades, alergias, y altas tasas de muerte en su entorno y en su vida cotidiana”. Así, cuerpos y territorios enfermos son asimilados como costo del desarrollo.
Incertidumbres tóxicas
A pesar de las visiones del ‘halo del polvillo’ o ‘el hongo de contaminación’ (como los sansalvadoreños lo llaman) y las pruebas empíricas de su peligrosidad, Duer asegura que prima la inacción y la noción de sacrificio asociado al trabajo y al esfuerzo de los cuerpos.
“En San Salvador el precio que tiene que pagar por ser una comunidad pujante y arrocera es un alto precio (…) La mayoría de los molinos están dentro del ejido urbano al lado de tu casa, eso genera un riesgo social muy alto”, explica un empleado municipal de esa ciudad.
Al mismo tiempo las iniciativas de los vecinos para organizarse en contra del agronegocio son limitadas, por miedo y por implicancia. “A mí me daría miedo meterme con gente de tanta plata. Acá hay un par de familias que son dueñas de molinos muy grandes. Todo el pueblo trabaja por eso. Es como desarmar la economía del lugar”, afirma una docente sansalvadoreña.
La ausencia de voces unificadas y oficiales (municipales, estatales, provinciales, o médicas) que ofrezcan respuestas también estimulan a sostener incertidumbres e inacciones. La socióloga Duer concluye que la normalización es clave en la continuidad de una dinámica tóxica en la vida cotidiana, “como resultado encontramos una relación dialéctica de cuerpos y territorios que devienen descartables”.
Sobre la investigación
El artículo titulado “Vivir en una nube de humo: normalización de la violencia ambiental en San Salvador (Entre Ríos, Argentina)” fue publicado en la revista científica Pampa. Revista Interuniversitaria de Estudios Territoriales de la Universidad Nacional del Litoral. Entre los meses de febrero y marzo de 2021, la autora, Mara Duer, realizó entrevistas a activistas ambientales, personas afectadas por esta problemática, dueños molineros, empleados y productores rurales. Asimismo, fundamentó su trabajo a partir de dos trabajos del 2016 de universidades nacionales: Informe ambiental de San Salvador. Entre Ríos de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata; e Informe Final del Trabajo de Investigación del Perfil de Morbimortalidad, Entre Ríos de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario.