Las mujeres, la ciencia y el tiempo

En todo el mundo las mujeres somos minoría en los institutos de ciencia. La razón de esto tiene profundas raíces en la estructura de la sociedad en la que vivimos y, aunque se proponen distintas iniciativas para cambiarlo, ninguna parece lograr el efecto esperado. Una de las causas de este fenómeno, el cual ha sido minimizado, es el tiempo, o mejor dicho, los tiempos. Porque sí, los tiempos son privilegios, y ya sabemos que si hablamos de privilegios, las mujeres salimos perdiendo.

¿De qué tiempos hablamos? Empecemos por un tiempo del que poco se habla. El tiempo mental o tiempo para pensar. Al igual que en otras profesiones, quienes hacemos investigación científica no pensamos en nuestro trabajo únicamente en las horas laborales. Las ideas dan vueltas en nuestra cabeza cada vez que tenemos tiempo para pensar. Puede suceder al hacer actividades que hacemos de manera automática, como transportarnos, bañarnos o cocinar, y hay muchas historias de personas que encontraron soluciones o ideas en momentos inesperados, como la famosa historia de cuando Arquímedes salió de la tina gritando “¡Eureka!” Tener tiempo para pensar es muy importante para dedicarse a la investigación científica y ahí empiezan las diferencias. Somos en general las mujeres quienes usamos nuestro tiempo mental en resolver la logística de nuestros hogares, como hacer listas de cosas por hacer o comprar, recordar las fechas de los compromisos, las tareas, las citas médicas, las dosis de los medicamentos y hasta los cumpleaños. En muchas ocasiones, si un hombre hace alguna tarea de la casa o de la familia, quien tuvo que pedirlo fue una mujer y, saber que eso se necesitaba, ocupa tiempo mental. Frases tan comunes como “¿dónde está mi cartera?”, “¿todavía hay leche?” o “no lo hice porque no me lo pediste”, son un reflejo de que se asume que quienes estamos obligadas a usar nuestro tiempo mental para saber lo que se necesita en casa somos las mujeres. Así, estadísticamente, el tiempo que una mujer puede pasar pensando en temas laborales es mucho menor al de un hombre e, incluso, en vez de usar tiempo mental para asuntos laborales fuera de horario de trabajo, usamos tiempo mental durante las horas laborales para resolver asuntos domésticos, como cuando a mitad de una jornada laboral nos llaman de casa para preguntarnos cosas que podrían resolverse sin nuestra participación. Esto empieza desde el principio de la carrera, en la universidad.

Las personas que estudian este fenómeno lo han llamado carga mental y cuando le ponemos nombre es más fácil entenderlo. Aun en hogares donde hombres y mujeres se distribuyen de manera equitativa las tareas domésticas y familiares o se cuente con servicio doméstico, es muy común que no se distribuya de manera equitativa la carga mental y esta desigualdad aumenta muchísimo si en casa hay niñas, niños o personas que necesitan cuidados. Nuestra sociedad, en general, respeta más el tiempo mental de un hombre que el de una mujer y esto es un problema grave al que no se le da la importancia que requiere y que aplica para todas y todos, sin importar a qué nos dedicamos. Y volviendo al caso de Arquímedes, estoy segura de que antes de gritar “¡Eureka!” no estaba pensando en que hacía falta para cenar ni le estaban gritando “papá” desde la puerta del baño.

Otro tipo de tiempo importante para dedicarse a la ciencia es el tiempo para viajar por trabajo sin preocupaciones. Para que una persona pueda viajar por trabajo con la mente concentrada en lo que va a hacer, debe contar con una red de apoyo para poder ausentarse del hogar el tiempo necesario sin que quienes ahí viven tengan problemas. Es común que si esto lo hace un hombre, ni siquiera tenga que pedir apoyo, ya que se da por sentado que todo en casa estará resuelto y muy posiblemente, hasta se le ayude a hacer su equipaje, a recordar el horario de su viaje y, cuando regrese, se le dará tiempo de descanso. Para que las mujeres lo hagamos, muchas veces debemos recurrir a la ayuda de personas que no viven en nuestro hogar, ya sea para quedarse en casa a cargo o para acompañarnos si debemos viajar con nuestras hijas o hijos, lo que implica elevados costos o problemas familiares. Además, cuando regresamos, en vez de tiempo para descansar, encontramos una inmensa lista de reclamos y cosas que no se hicieron y ahora tenemos que resolver. Si además ponemos en la ecuación que los viajes académicos implican pasar tiempo en ambientes donde las mujeres somos minoría, es muy común que las mujeres tengan problemas en casa por celos, lo cual se vuelve una carga mental y no ayuda para poder concentrarse igual que sus colegas. Y estamos hablando de viajes de corta duración.

Para conseguir un trabajo en investigación, es muy común que pidan haber pasado al menos un año en el extranjero o si ya se tiene una plaza, se abre la posibilidad de pasar un año sabático en otra universidad. Una vez más, es mucho más probable que la familia de un hombre lo apoye o incluso lo acompañe a pasar un año o más en el extranjero. Para una mujer, esto muchas veces es simplemente imposible. Y estamos hablando de mujeres que pueden viajar, cosa, para muchas, impensable.

El tercer y último tiempo del que quiero hablar es del tiempo que se necesita para obtener un trabajo estable en investigación científica en una universidad. Si contamos los años que se requieren para estudiar licenciatura y posgrado, hacer algunos años de posdoctorado, la posibilidad de obtener un trabajo estable empieza más o menos a los 30 años y algunas convocatorias a plazas universitarias exigen no tener menos de 37 años para hombre y 39 para mujeres. Es decir, entre los 30 y los 39 años, una mujer debe mostrar que tiene los méritos y la capacidad para ser investigadora, lo que implica tener mucha actividad en eventos académicos, publicar artículos científicos de calidad y formar estudiantes. Y esto nos lleva a la necesidad de tener mucho tiempo mental y mucho tiempo para viajar. Para las mujeres que decidimos ser madres, muchas veces estos mismos años coinciden con los años en los que tendremos nuestros embarazos y en los que vamos a parir, lactar y empezar a criar. Es decir, son años de muchos cambios físicos y de vida, mucho cansancio y muy muy poco tiempo mental y tiempo para viajar. Y ahí es donde se pone complicado, cuando más tiempo necesitamos, menos tiempo tenemos.

Estos tres puntos los considero importantísimos a la hora de pensar en programas para ampliar la presencia de mujeres en institutos de investigación. Por lo que he observado y leído, la mayoría de las mujeres que llegan a tener puestos permanentes en investigación científica cuentan con una vida privada que las apoya y acompaña. Sin ese apoyo, es muy difícil lograrlo. Esto se nota en que muchas de las que lo logramos provenimos de familias donde hay personas que se dedican a la ciencia (o trabajos similares), que entienden las necesidades de quienes intentan seguir esa vía y tiene la posibilidad emocional y económica de acompañarlas. Que lo que ayude a que una mujer se realice en el mundo científico dependa tanto de su vida privada hace muy complicado que programas universitarios reviertan la situación. Lo que han hecho en varias universidades es intentar hacer más visible el trabajo de las mujeres y sus opiniones, pidiendo que todo comité haya al menos una mujer. Cuando somos una minoría tan marcada, esto solo logra que las pocas mujeres tengamos una carga laboral extra y que eso reduzca nuestro tiempo para pensar y para viajar, lo que se vuelve en contra de nuestro desarrollo profesional.

La solución no es fácil y depende mucho de que nuestra sociedad sea más equitativa. Es decir, la solución está profundamente ligada al feminismo. Para que las mujeres tengamos igualdad de oportunidades en las ciencias o en lo que queramos hacer, necesitamos cambios de fondo no solo en las instituciones sino en la sociedad en general. Una sociedad donde cosas tan sencillas como tener tiempo para pensar o viajar por trabajo no sean un privilegio.

Fuente: El Pais

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