Ernesto Careno, director del Programa Provincial de TBC, Lepra, HIV y Sífilis, explica aspectos clave de una enfermedad que acompaña a la humanidad desde tiempos milenarios. Explicó sobre prevención, la vacuna en desarrollo y las estrategias para detectar a «la gran simuladora».
Ernesto Careno es microbiólogo, docente de la Universidad Nacional de Rosario, y Jefe del Programa provincial de Tuberculosis, Lepra, HIV y Sífilis. Desde el año ’92 se dedica al estudio de la tuberculosis, enfermedad que según un reporte de la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria, aumentó en un 34 % durante el año 2024 de acuerdo a datos del Boletín Epidemiológico Nacional.
Para conocer la realidad de una enfermedad que no suele tener demasiada prensa pero que sigue presente en la provincia, el país, la región y el mundo, se consultó al especialista.
«La tuberculosis tiene un ciclo, no solo viene aumentando a nivel país sino también a nivel mundial», explica Careno y aclara que está presente todo el año; no desde ahora, sino «desde la época anterior a los egipcios».
Esos ciclos a los que alude el experto «se relacionan con el empobrecimiento de las poblaciones» y pone como ejemplo la crisis de 2001 en la Argentina.
«La población se tiene que empobrecer, disminuir su calidad de vida, juntarse varias familias en un solo lugar porque no pueden pagar sus alquileres y, después, empieza a aparecer la enfermedad».
Por el momento, la única vacuna el calendario nacional obligatorio para la TBC es la BCG que se coloca en una sola dosis dentro de las 12 horas del nacimiento del bebé y previene contra las formas graves en niños de hasta los 2 años de edad. Hay vacunas en estudio, una en España.
«Tras la crisis de 2001 el aumento de casos se empezó a ver en 2003 al 2005; después se estabilizó». En 2008 había 8.000 casos nuevos notificados en el país y el último Boletín Epidemiológico dio más de 12.000: «Es decir que tenemos unos 4000 casos nuevos en ese lapso, o sea que no aumenta tanto».
En este punto destaca que Argentina es un país con baja incidencia de la enfermedad, «pero tenemos bolsones de alta endemicidad como la ciudad de Buenos Aires, Chaco, Formosa, Jujuy y Salta. Pero en la Patagonia es baja».
– ¿Cuál es la situación en la provincia de Santa Fe?
– La provincia pasó de tener 600 casos nuevos por año a tener 800 y, de ese total, 500 están en el Gran Rosario. Eso ocurrió en más de 15 años.
– ¿Es mayor la incidencia en lugares como las cárceles?
– Pasa como en los lugares donde vive mucha gente en pequeños espacios. A diferencia de un virus de la gripe o de cualquier virus respiratorio que contamina todas las superficies por un vaso, el mate o por tocar el picaporte, la microbacteria que produce la tuberculosis queda flotando en el aire. Eso ocurre en un ambiente cerrado, húmedo, donde no da el sol (que la mata) y sin ventilación cruzada. Las penitenciarías cumplen esos requisitos. Por eso hay más casos allí.
– ¿Qué particularidad tienen estos nuevos casos? ¿Afectan a gente más joven, ocurren en zonas donde antes no se presentaban?
– La tuberculosis puede afectar a cualquier persona: no la tiene quien quiere, sino quien puede. La vemos en familias en las que un solo integrante tiene la enfermedad y si ese paciente hace el tratamiento, al cabo de los años no vuelven a aparecer casos en el mismo núcleo. Aparece en el más débil genéticamente. Eso está estudiado y publicado.
– ¿Hay vacunas para prevenir la enfermedad?
– La vacuna (BCG) ya se jubiló pero se sigue usando porque es la única que hay por ahora. Hay 4 ó 5 cepas nuevas que están en estudio y la más promisoria es la que encabeza el grupo español MTBVAC, que está trabajando con subsidios del programa mundial de la OMS, de Alemania y de Inglaterra. Es un consorcio que lidera España. En febrero empezaron la fase 3 en humanos, con niños de Sudáfrica, porque tienen que buscar un lugar con alta incidencia.
– De las vacunas que están en el calendario obligatorio en la Argentina, ¿alguna previene o protege contra la tuberculosis?
– La única que hay es la BCG, que está «jubilada». Se sigue poniendo una sola dosis dentro de las 12 horas del nacimiento del bebé y solamente previene contra las formas graves en niños de hasta los 2 años de edad. Es todo lo que hay. Tiene más de 100 años la vacuna.
– Mientras tanto, ¿qué podemos hacer?
– La tuberculosis puede afectar cualquier órgano; por lo tanto la sintomatología cambia de acuerdo a aquel que esté afectado. Le dicen «la gran simuladora» porque puede presentar distintos síntomas, entonces hay que pensarla. Como estrategia buscamos a quien transmite la enfermedad que es el paciente que tiene una localización pulmonar. El sintomático respiratorio es toda aquella persona de 14 años o más que presenta tos y catarro por más de dos semanas, porque antes hay que descartar los cuadros respiratorios virales que tienen los mismos síntomas. Pasadas las dos semanas, una gripe se fue, en cambio los síntomas de tuberculosis se acentúan. A ese paciente se le examina el catarro y si encontramos la bacteria es porque tiene TBC y es el que transmite la enfermedad. Una vez detectado hay que ir a la casa, ver con quiénes vive y buscar los contactos. La tuberculosis no respeta estratos sociales y del sector privado tenemos cada vez más casos. Los extremos de la vida son los más vulnerables. La enfermedad tiene dos etapas: primero se contagia, pero la persona tal vez nunca se enferme. Eso tiene que ver con su sistema inmune y su historia genética.
– Usted decía que el 24 de marzo es el Día Mundial de la TBC y se publican numerosas notas. ¿Por qué deberíamos preocuparnos el resto del año? ¿Es un tema prioritario en salud?
– Así como todo el tiempo se habla de dengue, de tuberculosis no se habla porque es una patología que da idea de la calidad de vida de una población. Si hay tuberculosis es porque la gente vive mal, pasa hambre, está hacinada y tiene sus necesidades básicas insatisfechas. No hace falta ir muy lejos: si tenemos 12 mil casos nuevos por año en el país, Brasil, con 200 millones de habitantes, tiene diez veces más. Hay TBC en Bolivia, Perú, Paraguay, Rusia, China, la Mesopotamia asiática, África. Los países del primer mundo tienen también, aunque mucho menos. Además, todo paciente inmunosuprimido es susceptible a la enfermedad. Dentro de ese grupo de personas vulnerables están los diabéticos, pacientes VIH, ocológicos y los colagenopáticos (artrosis, lupus, artritis reumatoidea).
– ¿La tuberculosis se cura?
– Se trata y se cura. Si el paciente hace bien el tratamiento no reactiva. Pero si lo hace a medias, no funciona: eso tiene que ver con la adherencia al tratamiento que requiere de entre 6 y 8 meses. También depende de la cantidad de bacteria que tiene: un paciente puede tener un millón de bacilos por mililitro de catarro y en ese caso requiere un tratamiento más largo porque tiene la posibilidad de reactivar.
La tuberculosis se trata con cuatro antibióticos que no son los comunes que se utilizan para infecciones habituales. Son específicos y para uso exclusivo de esta enfermedad.
– Una vez que asumimos que la enfermedad está presente en el país y en la provincia, ¿qué hacemos para prevenirla?
– Buscamos al sintomático respiratorio que es el signo de alarma: tos y catarro por más de dos semanas en un mayor de 14 años de edad tiene que consultar en el centro de salud más cercano al domicilio. Y si en una familia se detecta un caso de tuberculosis pulmonar hay que estudiar los contactos. Las otras formas de tuberculosis que afectan a otros órganos no contagian, son cerradas.
– ¿Es una enfermedad de denuncia obligatoria?
– Si, lo es en todo el mundo y eso está regido por el Programa Mundial de la OMS.
– ¿Los medicamentos son de entrega gratuita?
– Son de entrega gratuita. El país los adquiere a través del Programa Mundial de Tuberculosis. No son caros y nunca faltó medicación para patologías de cobertura obligatoria. En febrero, el gobierno nacional volvió a firmar sus compromisos con la OMS y la OPS para seguir recibiendo y comprando los medicamentos para esos casos.
Fuente: El Litoral