Investigadores analizan los mecanismos cerebrales del miedo

Aunque las fobias son comunes, aún se desconoce con precisión cómo se originan y por qué persisten. Un equipo de la UBA investiga los mecanismos cerebrales del miedo con el objetivo de encontrar nuevas estrategias terapéuticas.

El estrés puede llevar a la ansiedad, a generar miedos y fobias, cuando se vuelve crónico, es decir sostenido en el tiempo. Un equipo multidisciplinario de biólogos y psicólogos de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires está estudiando por qué las memorias relacionadas con el miedo son tan difíciles de olvidar.

Actualmente no se tiene en claro cómo es que se forman los recuerdos traumáticos o abrasivos, como lo llaman los especialistas. Tampoco se conoce con certeza por qué es que duran mucho más que un buen recuerdo, y por qué son tan difíciles de erradicar.

El estrés es la forma en que el organismo animal se prepara para lidiar con amenazas a su supervivencia. Un ejemplo básico de esto podría ser un ruido fuerte, como cuando se acerca una moto por la calle.

Un sapo reaccionaría de forma instintiva. Algo raro se acerca, se genera estrés, y esto desencadena una respuesta generalizada que lo lleva a huir. Por las dudas.

En el ser humano es todo más complejo. Una persona mira, evalúa la situación, y decide si es o no una amenaza que amerite huir.

La respuesta de estrés que prepara a los animales para estas situaciones está bajo el control de dos estructuras básicas del cerebro llamadas amígdala e hipotálamo. La primera tiene que ver con el sentimiento del miedo, y la segunda es la que dispararía la respuesta de huida o lucha.

En animales como los sapos, esas áreas tienen un control casi total en la regulación de sus conductas. Pero, en el ser humano el cerebro es más complejo, cuenta con otras estructuras llamadas secundarias y terciarias, que son las que pueden evaluar, controlar, moderar y/o potenciar la respuesta.

El problema surge cuando las respuestas al estrés son exacerbadas o crónicas en el tiempo. Lo que solía ser una ventaja adaptativa cuando el ser humano era cazador recolector, hace decenas de miles de años, se transforma en un generador de patologías mentales en el mundo moderno.

Miedo instintivo

“Actualmente estamos estudiando los mecanismos de un problema muy común en las fobias que es la reinstalación del miedo, este es un fenómeno que se presenta cuando a pesar de haber hecho un tratamiento contra la fobia y estar bien, el miedo vuelve a instalarse igual de fuerte que antes”, contó Nicolás Calleja, licenciado en Psicología y docente de la cátedra de Biología del Comportamiento de la Facultad de Psicología de la UBA.

Calleja está haciendo su segundo año de doctorado en biología investigando las bases las bases neurales de la respuesta al estrés y el miedo. En 2023 ganó el premio Charles Darwin, otorgado por la Sociedad Internacional de Psicología, por su investigación de tesis, que es la base de la que está haciendo actualmente en su doctorado.

“En psicología, las fobias, que son miedos excesivos o irracionales, pueden tratarse con terapias que suelen durar alrededor de seis meses. Por ejemplo, en el caso de una fobia a los globos, el tratamiento consiste en exponer al paciente de forma progresiva y repetida a los globos, en distintos contextos y utilizando diversas herramientas, demostrando que no representan un peligro. De esta manera, el miedo tiende a extinguirse, a desaparecer”, explicó Calleja.

“Ese tipo de tratamiento tiene una eficacia de entre un 80% y un 90%, es decir, puede ser que desaparezca la fobia. El problema se da cuando, ante la presencia del estímulo que dispara la respuesta, en el ejemplo anterior, un globo que estalla, la respuesta de miedo pueda llegar a resurgir con la misma fuerza inicial, y se vuelve a caer en la fobia, perdiendo el efecto de la terapia”, explicó el investigador.

Es lo que sucede con los ex combatientes que han pasado por situaciones traumáticas en la guerra. El miedo es tan fuerte, que ante cualquier estímulo que sea similar o esté relacionado con el trauma original, este vuelve a surgir. Un recuerdo, un estímulo visual o sonoro, un sueño, pueden hacer que la memoria traumática reaparezca.

Estudiar los mecanismos implicados en ese miedo que persiste y no desaparece en las personas es muy complejo. Por esta razón es que muchas de las investigaciones se realizan usando modelos animales, como roedores, a fin de diseñar estudios experimentales con mayor control de las variables implicadas.

En el equipo del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, que cuenta con fondos de investigación del programa UBACYT y del que Nicolás G. Calleja forma parte, se utiliza como modelo experimental a los anfibios, sapos, un modelo muy poco explotado a nivel mundial.

“La idea de estudiar en modelos anfibios es que todo es más simple”, explicó Calleja. “Su sistema nervioso es más sencillo, por lo que no es tan complicado analizar los circuitos cerebrales implicados en este fenómeno del miedo persistente”.

“Estudiamos el estrés y la respuesta de miedo resistente a la extinción usando anfibios como modelo porque sólo tienen estructuras cerebrales subcorticales. Poseen un cerebro evolutivamente más antiguo, con estructuras más simples que las de los humanos, pero sirve como modelo comparativo”, agregó.

“La idea es usar a los anfibios como modelo básico para ver cómo se adquiere una respuesta de miedo y cuál es su persistencia en el tiempo. Todo esto lo hacemos registrando la respuesta de estrés, midiendo la variación de la frecuencia cardíaca”, explicó Calleja.

El ritmo cardíaco es inconsciente, no se puede controlar. Si la frecuencia cardíaca del animal aumenta, esto es un indicador fisiológico que puede suponer una situación de miedo.

El protocolo de estudio de la reactividad cardiovascular ante estímulos aversivos en anfibios fue desarrollado en 2007 por María Florencia Daneri y Rubén Néstor Muzio, profesores e investigadores UBA/CONICET en el Laboratorio de Biología del Comportamiento.

Ambos son los actuales directores de tesis de doctorado de Calleja, quien comenzó como pasante en el laboratorio en 2019. Inicialmente se puso a punto un protocolo de adquisición comportamental de esta respuesta. Y en la actualidad se ha logrado avanzar en la implementación de un procedimiento que permite también analizar la extinción conductual.

La frecuencia cardíaca se usa desde hace años como variable de registro en estudios del comportamiento del miedo en mamíferos, incluyendo a los humanos, pero es una novedad su uso en anfibios. Este equipo de la Facultad de Psicología de la UBA apuesta a este modelo como una nueva alternativa para indagar en los mecanismos que subyacen a las respuestas de miedo.

Lo que sucede en sapos y humanos al nivel más básico del estrés, es equivalente. Esto permite avanzar en el estudio y la comprensión de los mecanismos subyacentes a varias de las patologías mentales asociadas y agilizar mucho el análisis dada la simpleza del modelo.

Provocar miedo para curarlo

Los experimentos actualmente en marcha consisten en generar en los anfibios una respuesta de miedo y estudiar en primer lugar cómo se da la adquisición de esa respuesta. Luego, analizar el pasaje a una etapa de extinción, parecido a la terapia de exposición en humanos, para que desaparezca la respuesta de miedo. Y finalmente, reinstalar el miedo, con el objetivo de estudiar cómo es que esa respuesta de miedo que se había extinguido vuelve.

“Inicialmente exponemos a un sapo a un estímulo, una solución neutra, que no le genera ninguna respuesta automática. Luego hacemos que el sujeto asocie ese estimulo neutro a una solución salina aversiva que lo deshidrata, generándole así una respuesta de estrés. De esta forma aprenden a tenerle miedo a algo que normalmente no lo considerarían como una amenaza”, explicó Calleja.

“Luego de lograr esa adquisición, ante la sola presentación de la solución neutra se observa que la frecuencia cardiaca aumenta, aunque no se le administre la solución que lo deshidrata a continuación”, continuó. “Ahora estoy trabajando en el paradigma de reinstalación del miedo. Es lo que sucede con los trastornos de estrés post-traumáticos, por ejemplo. Un tratamiento de extinción o exposición ayuda a que el miedo se vaya, sin embargo, existe la posibilidad de que vuelva”.

“Normalmente desconocemos por qué las personas adquieren el miedo, por ejemplo, a globos, aviones, etc.. Se sabe que en muchos casos son fobias que se pasan de padres a hijos, pero por qué se adquirió en primera instancia, no lo sabemos”.

“Nuestro trabajo con los anfibios nos ayuda a comprender todo ese camino, desde que se adquiere hasta que se extingue y como se mantiene el miedo”, contó Calleja.

“Una vez que se hayan descripto los mecanismos del modelo, podremos avanzar sobre el análisis de diferentes claves y contextos que modifiquen la adquisición o la reinstalación del miedo. Un sonido, un color, o cualquier otro estímulo, pueden ser desencadenantes”, agregó.

A futuro se podría aplicar todo este conocimiento a tratamientos que puedan lidiar con el estrés generador de los miedos y fobias.

“Pero el desarrollo de este tipo de estudios lleva tiempo. Tenemos muchos más estudios para hacer, ahora hay que invertir. Con mayor presupuesto se podría trabajar con otros aparatos, con más materiales químicos, lo que agilizaría mucho el trabajo. Estamos cerca y estamos lejos”, concluyó Calleja.

Fuente: UNIVERSIDAD NACIONAL DE BUENOS AIRES

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