En lo que va del turno electoral 2025, una gran parte de los argentinos optó por no concurrir a las urnas. Qué motivos explican esta tendencia que debilita la democracia local, cómo percibe la sociedad a sus representantes y qué interpretan estos sobre las demandas de ese electorado. Apuntes de la charla del domingo pasado con el sociólogo Hernán Vanoli.
El domingo último, en Desde la Redacción, el podcast de Rosario3, conversamos con el sociólogo y director de la consultora Sentimientos Públicos, Hernán Vanoli. La charla giró en torno a por qué un porcentaje elevado de la sociedad argentina está eligiendo no ir a votar en este turno electoral.
¿Qué sentimientos separan a la sociedad de la política y a las personas de las instituciones de la democracia? El sociólogo Hernán Vanoli respondió a este interrogante dando detalles del método de recolección de información que desarrollaron en la consultora Sentimientos Públicos y siguió con una reflexión que seteó el resto de la conversación: “Lo que nosotros vemos es que los mecanismos institucionales que definen a la democracia republicana están cada vez más lejos de las personas. Si vos preguntás si están a favor o en contra de la democracia, te van a decir que están a favor, pero cuando profundizás y usas algunas herramientas de choque y preguntas por sí o por no o estás de acuerdo o estás en desacuerdo, empieza a aparecer un panorama que es bastante desolador”. Y cerró: “El nivel de abstracción que tienen hoy las instituciones hacen que la gente no se sienta interpelada, ni bienvenida, ni compelida a habitarlas. Las instituciones son algo completamente ajeno para nuestros encuestados”.
En los meses previos a la elección presidencial que ganó Javier Milei en 2023, los sectores progresistas del peronismo –y algunos del extinto Juntos por el Cambio– que aún creían en la excepcionalidad argentina frente al avance de las derechas extremas, buscaron replicar e instalar en la sociedad la idea de “cordón sanitario”. Una especie de Unión democrática que emule al Frente Republicano galo que desde 2002 evita que la ultraderecha gane la presidencia en Francia. Medios, intelectuales y streamers en ese momento oficialistas y opositores autopercibidos republicanos, se asumieron como vanguardia de esta cruzada anti-Milei. Futurock, nave insignia de la progresía civilizatoria porteña estatalizada, en su deriva posibilista, financió el documental “Al borde” del poeta, escritor y realizador audiovisual César González. Un collage de relatos lastimosos desde el subsuelo de una Patria derrotada y exhausta de tanto correr detrás de una inflación de doble digito mensual pero con derecho a un DNI no binario (Martín Rodríguez dixit). A esos hombres y mujeres que solo conocieron la precariedad en sus vidas y que fueron incluidos financieramente, no por el Estado presente, sino por Mercado Pago, González los interpelaba desde la supuesta perdida de derechos y servicios públicos deteriorados que a él le salvaron la vida, si ganaba el loco de los hijos de cuatro patas. En los semblantes y descripciones de su día a día ya aparecía el arquetipo de ese amigo del barrio o compañero de laburo al que cuando le preguntabas a quién iba a votar, te macaneaba para cuidar tu salud mental o directamente para que no le rompas las pelotas. De esa compilación inconexa de historias mínimas, todavía recuerdo la de una mujer que se las rebuscaba con la venta de torta asada en un enclave del conurbano bonaerense. Ante la pregunta de si no sentía temor respecto a lo que podía pasar si ganaba Milei, la doña le soltó socarrona: “Gane quien gane, mañana me tengo que levantar a laburar igual”. Partido liquidado.
Qué son las instituciones democráticas para los que todos los días se levantan en una villa miseria o un barrio humilde y tienen que vivir colgados de la luz y se bañan con un balde, para el que pedalea todo el día para una app desterritorializada por un salario de subsistencia. O el que se las rebusca vendiendo lo que puede en Marketplace, en sus estados de WhatsApp o se desloma de sol a sol en la leonera de los semáforos ofreciendo turrones, pan casero o limones. ¿Es lo mismo el Estado y su clase dirigente para la aristocracia trabajadora asalariada, sindicalizada y de derechos plenos que viaja al exterior y compra dólares que para el monotributista o el que está en negro y no puede costearse una prepaga, viaja en un transporte público caro y de mala calidad, y no puede elegir donde atender su salud ni a qué establecimiento mandar a estudiar a sus hijos? Prerrogativas de una vida tribalizada –privatizada por mano propia y subsidiada por los estados provinciales y nacional– de una clase media en declive permanente y un decil social al tope de la pirámide que nunca pierde ni va a perder en Argentina. A esos sectores que hace tres décadas viven desconectados de la frase alfonsinista de que con el estado se come, se cura y se educa y que fueron dejados a la intemperie neoliberal por una clase política que se habla y se narra a sí misma, sus voceros les decían: “Vota por el normal. Está casado, tiene dos hijos”. “No amigo– responden mis votantes imaginarios de Milei de la clase media incluida y el precariado–, nosotros queremos motosierra y destrucción para todos, dólar barato e inflación a la baja caiga quien caiga. El normal del 200 por ciento de inflación anual que sabe lo que es el GDE y siempre trabajó de funcionario público es para vos que tenés asegurados el sueldo el primero de mes y paritarias actualizadas por inflación, acceso a tiempo de ocio y cursaste alguna carrera de sociales en la universidad pública”.
Ese escenario fragmentado por diseño desde la política y compartimentado por la colonización algorítmica de la vida y sus burbujas de interés, donde todo pasa por el teléfono y los espacios de comunidad compartidos retroceden, es donde Vanoli detecta una nueva institucionalidad: “Lo que reemplaza a las instituciones [de la democracia] son las aplicaciones digitales. Lo primero que uno podría decir es que las apps son rápidas, cada vez más tienden a parecerse a un juego, están interconectadas entre sí, permiten que la gente las pueda calificar y uno se puede bajar en cualquier momento porque las desinstala”. Hernán ilustra esto último con una anécdota sobre Uber. Cuando la app de viajes le quiso cobrar dos veces un viaje, no solo que no pagó, sino que la desinstaló y se bajó otras apps de viajes que funcionan en todo el mundo occidental. Ese hacer y deshacer cotidiano, rápido y eficiente, en el que a través del teléfono nos convertimos en los líderes autoritarios de nuestro cotidiano es lo que Vanoli destacó como la principal diferencia entre vida de aplicaciones e instituciones democráticas: “… [Estas últimas] se arrogan monopolios que ya no tienen y dan una batalla [perdida]. Le dicen todo el tiempo a la gente qué tienen que hacer y que les deben cosas. [Creen que] hay una obligación del usuario hacia la institución”. Para Hernán estas exigencias de la política y sus instituciones del siglo pasado es algo que las apps no le cargan al usuario: “No tenés una obligación hacia la aplicación”.
“Lo que define la democracia es que es la gente la que pone los tiempos y lo que quiere es tener más control sobre su vida. Y hoy pareciera que las instituciones democráticas existentes le dan menos tiempo y menos control sobre su vida”, reflexionó Vanoli. A continuación, el director de la consultora Sentimientos Públicos retomó la disociación entre el acto de votar, sus exigencias y la retribución que le devuelve esa acción al elector: “Las personas se encuentran con un acto que los convoca a hacer algo que no va a tener ningún tipo de repercusión en su vida cotidiana. Que muchas veces es un incordio porque hay que hacer filas, encontrarse con el otro, llevar el DNI. Una serie de cosas que la verdad no son tampoco tan engorrosas, pero son una logística mínima con una retribución muy baja». Entonces –sigue con su razonamiento Vanoli– lo que pasa es que el votante se empieza a transformar en una tribu urbana, la que va a votar porque todavía cree que se está jugando algo ahí en el plano de la política.
El problema que detecta este sociólogo y consultor privado en quienes deciden no ir a votar –los no politizados, los independientes y los frustrados que antes eran parte de la tribu–, lo hacen a partir de una toma de conciencia de que ese acto se transformó en un simulacro de la política para la política y, por lo tanto, pierde interés en ejercer el derecho a votar. El ex votante “sabe o intuye que todo son negociaciones espurias, que [los políticos] son gente que está acomodada y buscar mantener su estatus quo. Saben que son gente que no tiene una vocación real de adaptar esas instituciones de una manera que sin resignar su propósito puedan parecerse un poco más a este entorno silvestre de aplicaciones en las que las personas viven. Y entonces lo que hay es desafección, no les importa”.
El concejal por Ciudad Futura (CF), Juan Monteverde, suele repetir que la sociedad no se levantó un día y se hizo de derecha y por eso ganó Milei. El razonamiento del edil y convencional constituyente por el peronismo santafesino, está en línea con el planteo de Vanoli que pone la carga de la desafección del votante en una dirigencia encerrada en sí misma y sus privilegios de clase. La política, de la que Monteverde es parte y con quiénes discute estos temas, asegura que la discusión entre dirigentes pasa por una lectura equivocada de una nomenklatura convencida de que la sociedad se derechizó y, por lo tanto, hay dos caminos: la política se mimetiza como una forma de contener esa demanda de la sociedad y ofrece una abanico de opciones conservadoras y represivas o la otra alternativa es desensillar hasta que amaine a la espera de que el electorado sufra las consecuencias de esa decisión y vuelva a su redil como un niño que se pierde en la playa y llora de felicidad al ver a su madre cuando lo encuentra después de varias horas de vagar por la arena sin rumbo.
Monteverde considera que la solución es de abajo hacia arriba y a partir de la construcción en territorios con el tamaño de una ciudad. De ahí en más replicar ese modelo a las provincias y por último a la Nación. Pero que pasa si, como plantea Vanoli, el problema no refiere a una sociedad que pide involucrarse más, sino todo lo contrario. El politólogo Pablo Touzón tiene una frase que define con precisión lo que el electorado buscó detonar del sistema al ungir presidente a Milei: “Si el Estado no va a solucionar ninguno de los problemas que me afectan, por lo menos correte y no molestes”. Más que construir de abajo hacia arriba, lo que puede que esté en falta es una política que deje de decirle todo el tiempo a la sociedad “el Estado te salva”, yo político te salvo, votame.
Puede que, como dice el líder de CF, la sociedad no se derechizó de un día para el otro. Lo que es seguro es que, salvo por los intensos hiperpolitizados que se reparten los dos tercios del electorado, hay un porcentaje creciente que empezó a superar al histórico tercio fluctuante que define (¿definía?) las elecciones que no sabe ni le importa lo que es la derecha o la izquierda. Un individuo que no vive pensando todo el día en que el país le debe una deuda impagable al Fondo Monetario Internacional o que la patria es el otro. Que le molesta que caguen a palos a los jubilados, le paguen miseria a los residentes del Garrahan y banca la Universidad Pública, pero no tiene el tiempo ni la cabeza para invertir el poco espacio libre del que dispone entre sus innumerables laburos mal pagos para bancar el reclamo con el cuerpo en la calle. Incluso puede que disponga del tiempo, pero prefiera ver un streaming donde hablan del tema, tuitear indignación o subir un posteo compungido en Instagram antes que pisar la vereda. Esa persona que hace rato se vio obligada a privatizar su vida le exige a la política con goce de sueldo de ejecutivo que le resuelva esos problemas. Que pueda articular políticas sustentables que permitan una economía con baja inflación, que las calles no tengan baches, no haya cortes de tránsito en las principales vías de acceso a las ciudades, un transporte público accesible y con buena frecuencia. Que su barrio esté limpio e iluminado y que no lo maten a impuestos o a balazos cuando sale de su casa. Exigencias mínimas, de sentido común, que durante 20 años quedaron atrapadas en la grieta inmovilizadora que le permitió a innumerables cuatros de copa hacer una carrera política y revertir la abstinencia de una vida con consumos atrasados.
Javier Milei –algo de lo que también conversamos en el podcast con Vanoli– fue la herramienta a mano que tuvo la sociedad para romper esa dinámica inmovilizante entre un gato que no pudo y Cristina eterna. Difícilmente el primer presidente libertario de la humanidad logre transformarse en el nuevo hegemón del sistema argentino frente a esta caída constante en los porcentajes de electores. Puede ser el rey enano del 30 por ciento del 50 por ciento que va a votar y seguramente esto no sea algo que al líder minarquista y su hermana les moleste. El problema es que los dueños del dinero exigen legitimidad y un horizonte de continuidad para hundir inversiones en un país que se dedica como ninguno en el mundo a romper contratos y defaultear deuda soberana. La batalla cultural está bien para Twitter y los streamings, cumplen sin fisuras su rol de baitear a la progresía neoliberal y que algo de ese ruido llegue a los medios tradicionales, pero el que todos los días se tiene que levantar para ir a laburar como la doña del documental de González, no sabe ni le importan esos debates de gente sobre escolarizada.
Milei recuperó un atributo del que la sociedad argentina había quedado huerfana: el poder cuando se obtiene solo se puede ejercer. Fin. En ese hacer, cruza de audacia sin cálculo, logró colar una bala en el sentido común colectivo que salvo el kirchnerismo todo el sistema tomó nota: inflación baja no es negociable –y me permito agregar macro ordenada y superávit fiscal tampoco–. Una especie de “anda Javo y hace lo que tengas que hacer, pero el precio del asado y los fideos no me puede subir todos los días”. Pero no te alcanza la guita. No importa, aguanto. Vendo algo por Instagram, hago un rato de Uber. Mientras la baja de la inflación se sostenga, el desempleo no se dispare y la clase media y alta tengan acceso a dólar barato y turismo extranjero, Milei tiene margen. Si eso se resquebraja o entra en crisis no va a existir riesgo Kuka o Agustín Laje que salve al gobierno nacional de un privilegio del que gozan todos en este país: el fracaso. Es la gloria o Devoto.
Los que olieron sangre son los gobernadores del recién formado Grito Federal/Provincias Unidas que ya empezaron a pasarle la factura en el Congreso de la Nación a los delirios imperiales del binomio presidencial. De marcar la agenda y la conversación pública a recular en chancletas a tiro de vetos presidenciales de dudosa sostenibilidad. Algo similar pasa con los actores de los sistemas financiero y productivo. Como diría el Zar de las finanzas, Leandro Zicarelli: “Los mercados votan, pero no militan”.
A diferencia de intentos anteriores por construir una avenida del medio, en esta oportunidad los gobernadores que lanzaron el espacio Grito Federal son, de momento, mandatarios que están en su primera experiencia como gobernadores, la mayoría rondan los 50 años o menos –Nacho Torres de Chubut tiene 37 y se perfila como un jugador importante a futuro–, salvo Carlos Sadir de Jujuy, con 67 años. El ex gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, el más longevo del grupo, es la única incógnita: no está claro si funcionará como un primus inter pares o si será quien termine encabezando la candidatura a presidente en 2027. El espacio de los gobernadores ya confirmó que tendrá contendiente presidencial a través de Maximiliano Pullaro. El Gringo, en caso de ser el hombre elegido por los líderes provinciales, deberá afrontar una campaña de alta exigencia con 77 años en el lomo.
El sector de los gobernadores tiene a favor frente al electorado que comparte con Milei, que no representa un bloque contrario al mantra de inflación a la baja y orden macro que pregona el oficialismo (trazo grueso). Posición que no se observa nítida en la orilla panperonista de Fuerza Patria, que de momento solo tiene para ofertar pasado y peleas intestinas. De hecho, los gobernadores de Grito Federal acompañaron el grueso de leyes y reformas que propuso hasta ahora el oficialismo, con matices menores. Javier Milei ganó la presidencia conquistando al electorado de 21 provincias y dándose el lujo de perder en Provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. Entre las que ganó se cuentan las que lideran el bloque de gobernadores que buscan disputarle al presidente la continuidad del modelo que instauró La Libertad Avanza (LLA). La propuesta a grandes rasgos sería: reformas de mercado con plan de desarrollo productivo e inserción inteligente en el mundo en el marco de formas de parlamentar civilizadas.
La oportunidad está abierta en el contexto de fragilidad en el que se encuentra navegando el oficialismo. Es una incógnita si el espacio que reúne a provincias del eje minero, hidrocarburífero y el agronegocio podrá sostenerse y lograr romper con la polarización entre el panperonismo y LLA, a favor es que en esta oportunidad el experimento de una tercera vía tiene dos años para consolidarse y le puede ofrecer al electorado que puso fin al ciclo político anterior caras nuevas en sintonía con el que inauguró Milei. Algo de lo que carecen el Cristinismo talibán, el panperonismo y la pandilla macrista de paladar negro. El radicalismo dejó de ser un animal de poder alfa en 2001 y quedo subsimido a habitar el hinterland de provincia.
En la próxima entrega del podcast vamos a conversar con el politólogo Federico Zapata, uno de los directores de la consultora Escenarios y Revista Panamá, para tratar de entender y analizar los resultados del último estudio que realizó su equipo sobre la imagen de los principales líderes políticos de Argentina. Una adelanto: ninguno superó en positiva su negativa.
Fuente: ROSARIO3