Calor extremo, la crisis climática silenciosa

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Una investigación analiza cómo las olas de calor impactan en las personas mayores de 65 años en cinco ciudades del país. Dos especialistas explican por qué los sectores vulnerables son los más afectados, el papel de los gobiernos locales, las experiencias en la región y la importancia de debatir el tema incluso en invierno.

En verano hace calor, diría una composición básica de nivel inicial. Pero hace años que esas cuatro palabras vienen atravesando otros niveles de enseñanza y son tema de investigaciones que combinan varias disciplinas. La frase completa sería: en verano, y no solo en verano, las olas de calor son cada vez más frecuentes y pueden afectar la salud de las personas, en especial, aquellas que presentan una condición de vulnerabilidad.

La ciencia avala esta afirmación: datos del Servicio Meteorológico Nacional indican que, en la década de 1960 se registraban entre 20 y 40 olas de calor por año en Argentina. Entre 2013-2023, esa cifra aumentó a un promedio de 80 eventos anuales, con picos históricos de 140 eventos en el verano de 2013-2014 y 160 en el de 2022-2023.

Es más, desde la década de 2000 se observa una tendencia a la mayor frecuencia de anomalías cálidas en el verano de Argentina; y esta amenaza climática vuelve más compleja la salud de la población, con un mayor impacto en personas menores de un año y mayores de 65, según el informe «The Lancet Countdown América Latina».

Si miramos hacia el otro lado del océano, entre el 23 de junio y el 2 de julio, temperaturas inéditas azotaron una docena de grandes ciudades europeas, entre ellas Milán, París, Barcelona y Londres.

¿Qué hacen las ciudades para contrarrestar los efectos de las olas de calor? ¿Se pueden tomar medidas para morigerar su impacto? Pero, antes que eso, ¿es un tema presente en la agenda de los gobiernos? Y, ¿por qué hablar de olas de calor en pleno invierno?

María Victoria Boix y Marina Picollo son investigadoras del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), que impulsa, junto a otros organismos, una propuesta para fortalecer la resiliencia y minimizar los riesgos e impactos asociados al calor extremo.

– ¿En qué consiste el trabajo de CIPPEC en ciudades del país para prevenir los efectos de las olas de calor sobre la salud?

– Desde CIPPEC, en alianza con el Laboratorio Interdisciplinario para el Estudio del Clima y la Salud (LIECS) y con el apoyo de la fundación internacional Wellcome Trust, impulsamos el proyecto «Impacto de las olas de calor en adultos mayores en ciudades argentinas». Nuestro objetivo es generar evidencia robusta y fortalecer las capacidades de los gobiernos locales para reducir los riesgos del calor extremo, especialmente sobre las personas mayores de 65 años.

El proyecto se desarrolla en las cinco áreas metropolitanas más pobladas del país: Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza y San Miguel de Tucumán. No obstante, las recomendaciones que surjan podrán ser valiosas para otras ciudades del país que enfrentan desafíos similares.

La iniciativa se estructura en tres grandes componentes, que combinan generación de evidencia, trabajo territorial y fortalecimiento de capacidades locales.

En primer lugar, elaboramos estimaciones precisas sobre el impacto de las olas de calor en la salud en los últimos diez años, con foco en la mortalidad de personas mayores de 65 años en las principales ciudades del país. Esta evidencia busca dimensionar el problema y orientar las respuestas.

En segundo lugar, realizamos trabajo cualitativo en territorio -entrevistas, relevamientos y análisis de percepción- para entender cómo se experimenta el calor extremo, qué barreras enfrentan las personas para cuidarse, y qué prácticas de adaptación ya existen. A partir de estos hallazgos, diseñamos estrategias de comunicación específicas para cada ciudad, con mensajes culturalmente pertinentes y recomendaciones prácticas.

Por último, acompañamos a los gobiernos locales en el diseño e implementación de planes de acción frente al calor. A través de talleres participativos y capacitaciones, fortalecemos sus capacidades de anticipación, respuesta y planificación intersectorial, con foco en la protección de las poblaciones más expuestas.

Marina Picollo, investigadora asociada de Estado y Gobierno de CIPPEC.


– ¿Cuáles son las estrategias que se podrían desarrollar en centros urbanos para evitar estos efectos adversos? ¿En áreas rurales deberían ser otras las recomendaciones o este sector no forma parte del estudio?

Frente al aumento en la frecuencia e intensidad de las olas de calor, es clave actuar en tres niveles. Primero, generar conciencia: el calor extremo aún no se percibe como una amenaza grave para la salud y es fundamental sensibilizar a tomadores de decisión, efectores de salud, cuidadores y a la población en general.

En segundo lugar, las ciudades pueden aplicar medidas concretas de preparación y respuesta ante un evento extremo como son las alertas tempranas, protocolos sanitarios y planes de acción. Su utilidad quedó clara en la última ola de calor en Europa: en París, ante una alerta roja, se suspenden clases en escuelas sin refrigeración y se restringe la circulación de vehículos contaminantes, por el impacto combinado del calor y la polución.

Por último, es necesario transformar los entornos urbanos: sumar sombra, vegetación y viviendas más adaptadas. En Río de Janeiro, una iniciativa en la favela Parque Arará mostró que techos verdes, incluso en construcciones informales, pueden bajar hasta 15 °C la temperatura interior. Soluciones simples con impacto real.

Nuestro proyecto se enfoca en áreas urbanas, donde vive más del 90% de la población del país y donde el calor extremo golpea con más fuerza. El efecto isla de calor, la falta de vegetación y la concentración de barrios vulnerables hacen que las ciudades estén especialmente expuestas. Las zonas rurales, en cambio, enfrentan otras amenazas prioritarias -por ejemplo, sequías- y requieren estrategias específicas.

«El calor extremo afecta desproporcionadamente a las personas en situación de mayor vulnerabilidad, tanto por sus condiciones de vida como por sus condiciones de trabajo», advierten desde Cippec. Crédito: Pablo Aguirre.


– ¿Es una temática que afecta en mayor manera a las poblaciones económicamente vulnerables?

– Sí. El calor extremo afecta desproporcionadamente a las personas en situación de mayor vulnerabilidad, tanto por sus condiciones de vida como por sus condiciones de trabajo. Muchas habitan en viviendas precarias, construidas con materiales poco aislantes, sin ventilación adecuada, sin acceso continuo a agua potable o con conexiones eléctricas inestables. Esto limita fuertemente sus posibilidades de resguardarse del calor, ya sea por la imposibilidad de adquirir o usar un ventilador o aire acondicionado, o por la falta de espacios frescos en su entorno.

Además, muchas personas en situación de pobreza realizan trabajos al aire libre o en condiciones de alta exposición térmica: en la construcción, como vendedores ambulantes, en el cuidado urbano o en tareas de reparto, entre otros. También suelen depender del transporte público, recorriendo largas distancias sin refrigeración adecuada, lo cual agrava la exposición al calor.

A esto se suman barreras en el acceso a servicios básicos -como agua segura y electricidad confiable- y al sistema de salud, lo que dificulta tanto la prevención como la atención ante síntomas de golpe de calor o descompensaciones.

En términos de salud, ciertos grupos son especialmente sensibles al calor extremo. Las personas mayores de 65 años tienen menor capacidad para regular su temperatura corporal, muchas veces viven solas o con enfermedades crónicas que agravan los efectos del calor. También los niños pequeños corren mayor riesgo, ya que su sistema de termorregulación no está completamente desarrollado y dependen del cuidado de adultos para mantenerse hidratados y seguros.

Cuando se acumulan estas vulnerabilidades -condiciones materiales, laborales, etarias, sanitarias y sociales- el impacto del calor se vuelve mucho más severo. Por eso, es fundamental identificar a las poblaciones en mayor riesgo y diseñar estrategias específicas de cuidado y protección.

– ¿Consideran que el efecto del calor sobre la salud humana es un tema subestimado o minimizado?

– Absolutamente. El calor extremo sigue siendo una amenaza invisible en la agenda pública y en la percepción social. A diferencia de otros eventos extremos -como inundaciones o tormentas– no deja imágenes dramáticas; pero provoca más muertes que todos los demás eventos climáticos combinados, según la Organización Meteorológica Mundial.

Se lo llama muchas veces un «asesino silencioso»: sus efectos suelen quedar invisibilizados porque las muertes no siempre se registran como vinculadas al calor, y porque faltan sistemas que integren información de salud, clima y territorio. Una parte central de nuestro proyecto es justamente visibilizar este impacto y promover políticas públicas que lo enfrenten de manera preventiva y efectiva.

– ¿Hay referencia de cómo se está abordando este tema en países de la región que puedan servir de referencia para la Argentina?

– Sí, muchas ciudades de la región ya están avanzando en esta agenda. En Medellín, Colombia, se creó una red de corredores verdes que conecta parques, avenidas y quebradas con vegetación nativa, lo que permitió reducir hasta 2 °C la temperatura en zonas densamente urbanizadas y mejorar la calidad del aire. En Quito, Ecuador, el calor extremo se aborda dentro de su Plan de Acción Climática, que incluye mapas de riesgo térmico, infraestructura verde y medidas específicas para proteger a los barrios más expuestos.

A nivel global, redes como la Extreme Heat Resilience Alliance o la Global Heat Health Information Network promueven que las ciudades reconozcan al calor como riesgo sanitario y climático, y actúen en consecuencia.

En Argentina, cada vez más municipios están elaborando planes locales de acción climática, que incluyen medidas de adaptación frente al calor extremo. En ciudades como Buenos Aires y Rosario ya funcionan refugios climáticos: espacios públicos acondicionados con sombra, agua y ventilación, pensados para brindar resguardo a quienes no cuentan con condiciones adecuadas en sus hogares.

Desde CIPPEC, nuestro propósito es acompañar estos avances aportando evidencia científica, fortaleciendo capacidades institucionales y brindando herramientas prácticas que ayuden a reducir los impactos del calor, especialmente en los sectores más vulnerables.

Fuente: El Litoral

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