Sabina Chiaverano, de los escenarios a la investigación

La cantante se convirtió en la primera egresada de la Licenciatura en Gestión Cultural de la UNR. Su tesis, sobre las mujeres en la música local, pone el foco en el paso de “coristas” a “frontwoman”.

En los pasillos de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde la historia y la teoría suelen entrelazarse, acaba de suceder un hito que conecta la academia con el escenario. Sabina Chiaverano, una figura familiar y querida en la escena artística de la ciudad, se convirtió en la primera egresada de la Licenciatura en Gestión Cultural. Pero su logro trasciende el diploma: su trabajo final de carrera, la tesis titulada “De coristas a frontwoman. Las mujeres en la escena musical rosarina: una caracterización de las producciones musicales femeninas en la ciudad de Rosario de 2014 a 2025”, llega para llenar un vacío documental y reflexivo.

El camino hacia este título no fue lineal, sino el resultado de una búsqueda vital y de una serie de casualidades que terminaron por definir una vocación. A finales de 2019, Chiaverano se encontraba cerrando etapas musicales y produciendo el ciclo Sabina Cantina en los estudios de Unicanal, que por entonces funcionaban en la Facultad de Ciencia Política. “Fue un proceso para mí muy lindo ir a la Facultad porque yo no tenía un recorrido en la Universidad Pública, entonces me conmovía mucho grabar ahí”, recuerda sobre aquellos días. Fue esa atmósfera universitaria, respirada casi de casualidad entre cables y consolas, la que sembró la semilla de lo que vendría.

Cuando la pandemia de 2020 detuvo el mundo y silenció los escenarios, Sabina encontró en la inscripción a la carrera —junto a su amiga y colega Eugenia Craviotto, líder de Mamita Peyote— un nuevo horizonte posible. Lo que comenzó como una curiosidad ante el vacío de la agenda artística se transformó en un sostén emocional e intelectual. “Me super enganché, me encantó estudiar. Los primeros años, justo en pandemia, la carrera hizo lo suyo porque funcionó como un refugio”, confiesa.

Para una artista con trayectoria, volver a las aulas implicó un ejercicio de  reinvención. El cursado le permitió explorar áreas que le eran ajenas, como las artes visuales y el análisis de obra, pero fundamentalmente le devolvió el placer de la escritura, una faceta que siempre había estado latente. “Conecté mucho con escribir. En la defensa de la tesis decía que iniciar la carrera fue como despojarme de las expectativas del recorrido en la música y de sus exigencias”, explica Chiaverano. Suspender la demanda del “éxito” musical le permitió observar el arte desde otro lado.

En ese paréntesis de la exigencia escénica, surgió la pregunta por la identidad y el género. Para su tesis, eligió un recorte temporal específico y revelador: 2014 a 2025. ¿Por qué esa fecha de inicio? Porque 2014 y 2015 fueron años bisagra para la producción local. “Se dio un auge en las producciones, composiciones y grabaciones de discos de artistas mujeres locales al frente de sus bandas”, detalla la flamante licenciada. Fue el momento en que figuras como Evelina Sanzo y la propia banda de Craviotto lograron nominaciones a los Premios Gardel, validando una escena que bullía pero carecía de reconocimiento formal.

Sin embargo, investigar a sus propias compañeras y a un ecosistema del que ella misma forma parte presentó un enorme desafío metodológico. Violeta Jardón, su directora de tesis y antropóloga, fue clara desde el principio: “Tenés que correrte de la primera persona a la tercera persona observante”. Ese desplazamiento fue crucial y difícil. Le permitió a Sabina dejar de ser la colega que comparte camarín para convertirse en la gestora que analiza patrones, discursos y silencios. “Ese movimiento me posibilitó escuchar, observar, ponerme en otro lugar. Realmente me corrí de mi experiencia, pero volví a mí durante el trabajo”, reflexiona.

Uno de los aportes más valiosos de la investigación es su revisión crítica de la identidad musical de la ciudad. Chiaverano se sumerge en la historia reciente, desde la apertura democrática en los 80, para señalar una verdad incómoda: la banda sonora de la “identidad rosarina” fue narrada casi exclusivamente por varones.

“Hay una insistencia actual en nombrar una identidad singular musical rosarina que está conformada por la música de la Trova, por los varones de la Trova”, argumenta la licenciada. Si bien reconoce el inmenso valor poético y político de aquel movimiento para deselitizar la cultura en la posdictadura, advierte que esa etiqueta hoy funciona muchas veces como un corsé nostálgico. “Es una identidad que muchas veces es cerrada. Nos limita porque no termina de hacer lugar para una escena que hoy es totalmente heterogénea”.

Para ilustrar este punto, recurre a un ejemplo icónico que desnuda estas dinámicas: la canción “Era en abril”, popularizada por la voz cristalina de Silvina Garré. Aunque la interpretación es femenina y conmovedora, la narrativa pertenece a un varón, contando una pérdida desde la óptica paternal. “Desconocemos cómo hubiera nombrado o qué tenía para decir una mujer sobre eso”, reflexiona Sabina. Su trabajo busca, precisamente, rescatar esas otras sensibilidades que durante décadas quedaron en un segundo plano o fueron mediadas por la pluma masculina, proponiendo que la ciudad debe empezar a pensarse también desde sus creadoras.

De objeto de representación a sujeto creador

El título del trabajo, “De coristas a frontwoman”, utiliza el término anglosajón para graficar un cambio de paradigma fundamental: el paso de la mujer como objeto lírico o acompañamiento armónico, a sujeto político y creativo que toma el centro del escenario.

La investigación recopila testimonios que evidencian las barreras visibles e invisibles de este tránsito. Aparecen voces históricas como la de Flor Croci, quien cuenta que de niña quería tocar la guitarra “como un varón”, hasta que entendió que podía tocarla “como una mujer”, resignificando el instrumento. O la experiencia de Eugenia Craviotto, a menudo confundida con “la corista” por los técnicos o productores simplemente por ser la única mujer en un grupo de hombres.

“Aparece esta cosa de remarla, de lo difícil que es hacerse un lugar”, señala Chiaverano. Pero también aparece el cuerpo deseante, el amor narrado en primera persona y la audacia de incursionar en géneros diversos. La tesis destaca a artistas nuevas como Juana Maidagan (quien se atrevió al soul) o Luisina Caligari, quienes demuestran que las nuevas generaciones ya no piden permiso para apropiarse de estilos que antes se sentían ajenos a la “rosarinidad”.

La defensa de la tesis fue recibida con entusiasmo por un jurado compuesto por Violeta Jardón, Virginia Giacosa (Comunicación Social) y Sabina Florio (Bellas Artes), quienes no solo aprobaron el trabajo, sino que instaron a Chiaverano a publicarlo. El texto dialoga, además, con otras investigaciones recientes, como la de la historiadora Florencia Bianchi sobre las mujeres en el rock local, tejiendo una red de nuevos sentidos.

Más allá del logro académico personal, Sabina Chiaverano ve en este título una reafirmación del rol de la educación pública como herramienta de transformación social y personal. “Necesitamos darnos esa posibilidad de torcer un poquito el destino. Y creo que la universidad pública es el lugar que nos permite esa posibilidad, es algo muy vital y habilitante”, concluye.

Hoy, la primera licenciada en Gestión Cultural de la UNR no solo ostenta un diploma, sino que porta una nueva lente para mirar la ciudad. Su trabajo confirma que en Rosario las mujeres ya no solo cantan la historia; ahora también la escriben, la analizan y la gestionan.

Periodista: Victoria Arrabal/Fotógrafa: Camila Casero

Fuente: Universidad Nacional de Rosario

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