A 46 años del golpe cívico-militar, la memoria de nuestro pueblo nos convoca a pensar desde el presente las tramas culturales que aún conservan huellas del pasado. Susana Celman, ex docente, investigadora y extensionista de la UNER, reflexionó sobre la irrupción de un régimen de facto en la vida universitaria, las marcas presentes en la educación superior y el desafío que tiene nuestra Universidad para recuperar la memoria, la cultura política y el pensamiento crítico.
En medio de una grave crisis institucional, política y económica, el 24 de marzo de 1976 el tiempo se detuvo. El terrorismo de Estado en manos de la Junta Militar, encabezada por el general Jorge Rafael Videla, instauró una etapa de oscuridad, silencio y censura. Celman expresó que este proceso “significó la suspensión del sentido más profundo y genuino que tiene la universidad como institución educativa pública, que es la libertad y posibilidad de pensar, de investigar, de opinar; la suspensión de la vida democrática universitaria”.
En la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), que llevaba sólo tres años de vida desde su creación en 1973, la gestión antidemocrática irrumpió echando por tierra su mandato fundacional originario de ser una universidad estatal entrerriana y para todos los entrerrianos, abierta, pública y democrática, que favoreciera el desarrollo regional investigando y dando respuestas a las problemáticas provinciales.
La ex directora de la Maestría en Docencia Universitaria relató cómo se transitó esa etapa de control ideológico, pedagógico y educativo, que fue acompañado de una reducción del financiamiento universitario y de la expulsión, persecución y desaparición de integrantes de la UNER. Mencionó que “se vivieron horrores, como la quema de libros en la Facultad de Ciencias de la Educación -FCEDU-, la censura sobre programas y autores, la prohibición del ingreso a docentes y alumnos que eran identificados en las listas negras”.
Durante ese período, las universidades fueron intervenidas. Se desarrolló un plan de acción para el sistema de educación superior basado en los lineamientos establecidos por el Proceso de Reorganización Nacional. En la UNER, el Mayor Ingenierio de Aeronáutica Raúl. E. Cagnani tomó el poder como delegado militar. Más adelante, Esteban Homet y Luis Alberto Barnada se sucedieron en el cargo de rector interventor.
La vida universitaria, su atravesamiento social y el control
Celman compartió sus recuerdos sobre los tramos de la historia previos a la dictadura, en que fue una joven estudiante y docente. Relató sobre los espacios de debate y las cátedras abiertas, que considera necesarios hoy para “tomar los grandes temas del mundo actual, incorporarlos al currículum como campos en disputa”. También planteó que “hay que hacer una sacudida de nuestros planes de estudios”.
En los primeros años de la década del 70’, el sector universitario se posicionó con una fuerte presencia social. Esto se tradujo en acciones de extensión con la comunidad y en una activa participación política, sobre todo del claustro estudiantil a través del Centro de Estudiantes. Además, facultades como la FCEDU irrumpieron como campo de alternativas del discurso pedagógico y en la manera de entender a la educación en integración con las diversas problemáticas.
“La vida universitaria era un permanente discutir, analizar, debatir, proponer, hacer cátedras abiertas y foros. La Universidad era nuestro lugar de vida y de discusión”, describió Celman. “Esa potencia, involucramiento, apasionamiento profundo en los campos disciplinares y los procesos sociales fue intolerable y el intento fue erradicarlo, cancelar la posibilidad de análisis crítico e instalar un control muy fuerte sobre la palabra, las actividades y acciones, las publicaciones y los autores”, sostuvo.
Recuperar el pensamiento crítico como lucha universitaria
La profesora y especialista también contó sobre su reincorporación a partir de la restauración de la democracia. “Nos encontramos con una Universidad que había que reconstruir, pero nos dimos cuenta que reconstruir no era volver al punto en que habíamos dejado, porque lo que pasó dejó huellas en las personas”. Era necesario, reafirmó, “volver a aprender, reconstruir las normas universitarias y trabajar sobre el dolor y el terror. Nunca se vuelve a una época anterior”.
En ese sentido, habló de las huellas de la dictadura militar que aún persisten en la educación superior. La docente mencionó que actualmente “hay otras formas de mutilación y de encarnar aquellas ideas de que la cultura, los saberes y bienes -no sólo económicos-, son algo para pocos”. También argumentó que “hoy tienen otros ropajes y no están de acuerdo con la distribución democrática del saber, la igualdad de posibilidades y el acceso real -no sólo simbólico- a procesos de formación”. Con esto se refirió a las expresiones que realzan el individualismo y la meritocracia frente al bien común, presentes como formas de “censura implícita”.
Ante estas marcas del proceso dictatorial, la investigadora defendió la importancia de “pensar el sentido de la universidad desde un lugar de desarrollo del pensamiento crítico”, que a lo largo de su carrera y junto a otros docentes resguardó como “una herramienta que nos permite someter a crítica teórica, social, histórica, ética, las ideas, procesos y prácticas”. De esta forma, enfatizó en que “la universidad debe ser una herramienta para la sociedad y la política de Estado, en tanto proceso de posibilidad de desarrollo de la igualdad, de la justicia educativa, del conocimiento en función del bien social y de las prácticas colaborativas”.
Fuente: UNER medios