Celina Bratovich es bioingeniera y dirige Puerto Ciencia, un museo dedicado a la democratización de los saberes. Cómo se deconstruyen los estereotipos de ciencia, el amor por la docencia y la maternidad, en un viaje que va de Comodoro Rivadavia a Entre Ríos.
Por Greta Bellman y Brenda Schonfeld
Celina Bratovich transita la vida en un aprender y enseñar constante, su vocación y dedicación por las múltiples tareas que desempeña estructuran su día a día y se conjugan en una personalidad enérgica, entusiasta y apasionada.
El mundo es asombroso, detrás del caos se esconden las reglas de la física, el orden de los patrones numéricos, la coordinación de los sistemas biológicos. Solo basta con observar a nuestro alrededor para encontrarse con la ciencia y con historias que merecen ser contadas. Desde hace varios años, Celina se dedica a estudiar y develar estos misterios a las infancias de su comunidad y a sus estudiantes. Ella es bioingeniera, docente universitaria, directora de un museo científico interactivo, investigadora, comodorense pero también entrerriana, científica, extensionista y primordialmente madre.
Una chica del sur
Celina recuerda que desde la escuela secundaria tuvo cierta fascinación por la biología y las matemáticas, siempre le gustaba participar de las ferias de ciencias y de las olimpiadas. Al crecer en Comodoro Rivadavia, una ciudad delimitada por la playa, tuvo la posibilidad de asistir a una escuela técnica con orientación en biología marina. Esas experiencias forjaron en ella la necesidad de seguir aprendiendo y formándose académicamente. Accidentalmente, mientras navegaba en el precario internet de 1999, se encontró con una carrera que no conocía hasta ese entonces, la bioingeniería, una disciplina que aplica los conocimientos de la ingeniería a problemáticas de la biología y la medicina.
Estudiar esta carrera de la Universidad Nacional de Entre Ríos implicaba tener que emigrar a más de 1.900 kilómetros hasta Oro Verde, un pueblo que tenía, por ese entonces, 2.500 habitantes. Debía mudarse a una residencia universitaria, vivir sola y acostumbrarse a un nuevo hábitat muy distinto al que conocía. Así, dejó lejos a su familia, las playas gélidas y el viento violento del sur, y comenzó a formarse en bioingeniería rodeada de extensos campos fértiles y nuevos amigos de distintas partes del país.
Los dos primeros años se parecieron mucho a la formación que ya traía, centrada en biología, matemática, física y química. Sin embargo, al avanzar en la carrera tuvo que hacer un gran esfuerzo por aprender sobre robótica y electrónica, temas que le interesaba pero de los que no sabía nada. “Éramos aproximadamente 300 ingresantes en bioingeniería en Entre Ríos, la gran mayoría ya eran técnicos electrónicos o electricistas”, cuenta Celina rememorando aquellos años en los que fue una estudiante más.
Investigar, aprender y enseñar
Durante el tercer año de la carrera cursó una materia que fue determinante para su futuro, Fisiología y Biofísica, una asignatura donde se estudia el funcionamiento de los sistemas vivos. Al año siguiente, Celina fue alumna auxiliar y 18 años después continúa en el mismo laboratorio, pero ahora como profesora titular. Su labor de docencia lo combina entre trabajos de investigación en electrofisiología y de extensión en buenas prácticas del ejercicio de la salud. Sin embargo, en la actualidad su predilicción es por la democratización y divulgación de las ciencias.
Desde 2010, junto a un grupo de docentes y estudiantes emprendieron un taller de ciencias para niños y niñas de 8 a 12 años de Oro Verde. La bioingeniera narra que esta experiencia en 2018 le dio la oportunidad de asumir la dirección del museo interactivo: Puerto Ciencia. Este proyecto depende de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Entre Ríos y se encuentra en la ciudad de Paraná. El museo funciona en un antiguo galpón del ferrocarril, allí se incentiva a la recreación y el aprendizaje a partir de la interacción con los conocimientos científicos. Al respecto, Celina sostiene que se avanzó mucho en la institución durante estos años, a pesar de la pandemia, “desde entonces, además de trabajar en la Facultad, me dedico un poquito menos a la investigación, pero un poquito más a la democratización de las ciencias y la tecnología”.
Por otro lado, a partir de la demanda de los docentes de las escuelas, dicta una diplomatura en Programación y Robótica Educativa. A través de este programa se brinda a los docentes las herramientas necesarias para trabajar disciplinariamente dentro del aula con la tecnología, la programación y la robótica.
Madre científica
A partir de su óptimo desarrollo académico como estudiante de bioingeniería, Celina obtuvo una beca doctoral del CONICET, la cual le permitió seguir formándose. Sin embargo, por el momento su tesis doctoral se encuentra en stand by. La bioingeniera nos explica que además de tener un trabajo a tiempo completo como docente, investigadora y extensionista, también es mamá las 24 horas. Frente a esto, afirma que muchas veces sintió cierta diferencia en relación a sus colegas varones, no solo por ser mujer, sino también por ser madre.
La decisión de ser madre hizo que su carrera no fuera al mismo ritmo que antes, “si mi doctorado no está terminado es justamente por la maternidad y todo lo que eso conlleva, ha hecho que no tenga esos momentos libres o ese tiempo extra para avanzar en mi carrera profesional”, confiesa Celina. No obstante, su vida profesional y personal son parte de un mismo combo imposible de separar, ambas facetas se retroalimentan. “Mi vida personal está atravesada todo el tiempo por mi vida profesional. No sé desenchufar mi cabeza del trabajo, llegar a mi casa y ser solamente madre, porque mientras soy mamá soy las otras cosas y mientras soy las otras cosas soy mamá, no logro desentenderme de una con la otra”.
La misma vocación
Pasaron dos décadas desde el arribo de aquella jovén comodorense que transitó cientos de kilómetros con el propósito de forjar su futuro profesional. Sin embargo, esa misma audacia y entusiasmo aún permanecen en Celina, quien se define a sí misma como “una persona que todo el tiempo está experimentando, probando cosas, aprendiendo y enseñando a quienes están a mi alrededor”.
Sus distintas labores, por diferentes y diversas que parezcan, todas tienen como común denominador el mismo objetivo: la comunicación y popularización de las ciencias, sobre todo cuando es dirigida a las infancias, su público preferido. Mediante el esfuerzo de su trabajo se concentra en desterrar los viejos preconceptos que estructuraron el modo de ver al quehacer científico. Así, pone en discusión la imagen del científico como un viejo canoso y loco de guardapolvo blanco, una persona extraña, siempre hombre, que vive encerrado en un laboratorio. Por el contrario, propone empezar a pensar a la ciencia como eso que se hace en todos lados y que está presente en la cotidianeidad. La idea principal es “demostrar que muchas de las cosas que se hacen o se usan habitualmente tienen que ver con la ciencia. Generar desde las infancias el interés por los conocimientos científicos para despertar nuevas vocaciones”.
Esta nota fue publicada originalmente en Entre Tanta Ciencia