Psicoanalista propone repensar la ingesta de sustancias desde una perspectiva que busque comprender el consumo, una actividad asociada a lo irracional o lo banal.
Las sustancias que alteran el estado natural existen desde hace mucho tiempo; ellas aparecen en rituales religiosos, en momentos de ocio, festejo, o sanación. Algunas fueron legalizadas y aceptadas, mientras otras permanecen en la zona de la ilegalidad. Tratar el consumo excesivo de estas últimas se vuelve complejo porque desde el comienzo, su consumidor es estigmatizado, volviendo un tema tabú su circulación en muchos espacios de la vida social. Los esfuerzos por controlar esta problemática parecen haberse centrado en la comercialización y distribución de estas sustancias perdiendo de vista, en ocasiones, el problema mucho más complejo que acarrean.
Esto se encuentra continuamente en debate, en ocasiones a partir de sucesos relacionados a las drogas, que adquieren mayor visibilidad. En esos casos, la discusión se aviva pero pareciera que siempre giran en torno a la condena y estigmatización sin poder ver más allá para comprender cual es el trasfondo. En relación a esta problemática, Ideas del Litoral conversó con Norma Barbagelta Psicoanalista y docente universitaria, quien cuestiona las bases del consumo para comenzar a pensar la problemática desde otra perspectiva.
Repensar el consumo de sustancias
Resulta complejo hablar de consumos problemáticos en una cultura que constantemente nos incentiva a consumir más y más, volviendo esta práctica algo vital para nuestra existencia. Desde ciertas miradas pareciera que solo algunos consumos son considerados como problemáticos. “Vivimos en la sociedad del consumo. Yo siempre cuando hablo de este tema recuerdo una propaganda de España respecto del consumo de cocaína. En ella primero se veía una persona consumiendo una línea de cocaína, después una nariz, que en dos semanas esnifaba una moto, en dos meses un auto, en un año una casa. Entonces la lógica era consumí una cosa y no la otra”. De este modo, en “nuestra cultura el consumo adquiere formas descontroladas. Este no es un problema de la sustancia, que siempre se consumieron, ni de las personas que lo consumen, sino que el problema es de la cultura. Y por supuesto, hacer medidas políticas respecto de una cultura es muy difícil.”
Si corremos el foco de los distribuidores y de la ilegalidad de ciertas sustancias podemos visualizar la problemática desde otra perspectiva. Esto implica pensar, en palabras de Norma Barbagelata, que el problema parte de una cierta insatisfacción vital que implica una perdida de sentido de vidas que no logran soportar el sufrimiento y el dolor de la existencia. “El consumo viene de alguna manera a palear, a sustituir, a darte algo que te hace falta. Cuando uno puede, medianamente, bancarse las cosas que le faltan, puede no aferrarte a las cosas que consume como si fueran su tabla de salvación. Pero cuando tu vida y tu relación con lo que la sostiene se trastoca, empezas a agarrarte de cualquier cosa como si fuera tu tabla de salvación, de una relación, de una adicción a las compras o de una sustancia. Muchos eligen está última porque además te da un placer artificial, cumple la función de anestesia respecto de un dolor vital.”
La imposibilidad de transitar el sufrimiento y de poder abordarlo para desentrañar sus causas y buscar modos de sobrellavarlo es lo que muchas veces lleva a una búsqueda de escape ficticio y momentáneo. Estas situaciones son el resultado de nuestros modos de vivir, cada vez más vacíos que se esfuerzan por tapar y aparentar felicidad sin sufrimiento cerrando los espacios para trabajar las emociones y el desconcierto que a veces produce la existencia. “Nuestra cultura, es una cultura mortificante donde se pierde el sentido de todo, se ha perdido el sentido de hacer el trabajo bien, pareciera que la única forma de lograr una cierta satisfacción es la droga y aunque este llegando a lo mortífero sigue siendo una puesta dionisiaca de placer.”
Así en ese camino se arriesga la vida en el consumo, en busca del último chispazo de pulsión de vida. Recuperar el sentido implicaría volver a descubrir que otro papel podemos practicar aparte del de consumidores, en donde se pongan en juego otras pasiones e intereses. “Herbert Marcuse plantea, en su libro El Hombre Unidimensional, que el problema es que nosotros nos constituimos haciendo, no consumiendo. Es el obrar, el hacer, lo que nos permite crecer. En el hacer se despliega tu energía, tu esencia y eso es lo que te transforma en un sujeto creador, vivo. Entonces, el problema es sí solo sos consumidor, porque ahí ya no es solo consumir sino que es consumir-se.”
Pensar desde otra perspectiva
Las sustancias disponibles son diversas y sus efectos varían. Una de las principales divisiones que existe entre ellas es si se encuentran dentro del mundo de las legales o las ilegales. Las primeras se producen en espacios controlados, su comercialización está regulada, se venden y consumen abiertamente porque están aceptadas socialmente. Las segundas se producen en la clandestinidad, su comercio y consumo no está regulado, lo que genera una economía paralela y un desconocimiento de su verdadera composición. Entonces, el debate por la prohibición o la regulación no solo apunta al consumo sino a la producción y los intereses de quiénes producen.
“El psiquiatra italiano Giovani Jervis plantea que la única forma de terminar con la problemática de las drogas el legalizarlas porque el problema más grave no es el consumo, sino que es el narcotráfico que está corroyendo internamente todas las economías.”
La especialista relata el caso de China y el consumo de opio, una sustancia que afectó mucho a su comunidad hasta que instalaron las casas de opio, para que quien quisiera acceder a el debía trasladarse a esa locación. El problema que atrae la ilegalidad, aparte de este comercio paralelo que termina por corroer las bases de las economías de muchos países, es que invisibiliza las verdaderas causas del consumo y dificulta un trabajo claro que intente encontrar soluciones.
En este punto la mayoría sabe las consecuencias de una ingesta excesiva y crónica, pero muchas veces no están tan claras las opciones de elegir o rechazar este camino. Quienes tienen más posibilidades manejan la situación de otro modo logrando que la dependencia no sea tan mortífera, pero muchos otros ponen en juego la vida solo por conseguir la sustancia que de a poco va consumiéndolos. Abandonar este habito es complejo, depende de muchos factores, de la voluntad, el apoyo y las redes de contención que los acompañen y la posibilidad de imaginar otro modo de existir.
Pareciera que la búsqueda por una solución a esta problemática implica ver un trasfondo que muchos niegan, hacerse cargo de un modo de vida enfermizo que tiende a tapar, a esconder bajo la alfombra. Consumir o no es una elección porque implica ciertos actos y decisiones que se van tomando, el grado de la consciencia que tiene esa elección y la posibilidad de controlarlo depende de muchos factores sociales y culturales.
Por ello, se debería “trabajar para que las personas podamos crecer subjetivamente y hacernos cargo de los sufrimientos de la vida. Y al mismo tiempo para que la cultura en la que estamos no sea tan negadora respecto de donde están los verdaderos problemas, porque si creemos que es el pibe o es la droga vamos a seguir evitando ver que el verdadero problema está en la forma en que vivimos”, concluye Barbagelata.