El cultivo de cobertura, una posible solución para cuidar nuestros suelos

Por Redacción IDL

Especialistas de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario investigan las propiedades y las ventajas de introducir cultivos de cobertura entre los de renta de interés comercial. El objetivo es mitigar la compactación del suelo en tanto soporte fundamental del proceso productivo.

Investigadores de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario llevan adelante un proyecto que busca una alternativa para mitigar la compactación de los suelos a través de la incorporación de cultivos de cobertura.

El objetivo de la implementación de este tipo de cultivo es evaluar su efecto sobre la resistencia mecánica del suelo, la infiltración y el rendimiento de los cultivos de soja y maíz.

Entre otros ensayos de cultivos de cobertura que se llevan adelante por la Cátedra de Manejo de Tierras en el Campo Experimental Villarino de Zavalla (UNR), este, específicamente, se desarrolla desde 2020. “Este proceso de siembra arrancó en plena pandemia. Hicimos un balance de la primera etapa, evaluando los aspectos físicos y químicos. El propósito es poder ver el efecto en el suelo de los cultivos de cobertura en las rotaciones”, expresó el investigador de la cátedra, José Berardi.

Los cultivos de cobertura, también llamados cultivos de servicio, son especies que se implantan entre dos cultivos de renta de interés comercial y que no se cosechan. “Es decir, en nuestra región tenemos cultivos de verano como soja y maíz y, por ejemplo, el cultivo de cobertura puede intercalarse entre ellos con el objetivo, como su nombre lo indica, de generar cobertura, es decir, poner un intermediario entre el suelo y la atmósfera. De esta manera, se busca disminuir la incidencia de la radiación solar directa en suelo, por lo que disminuye su temperatura, evaporando menor cantidad de agua y preservándola para los cultivos siguientes. También lo protege de las lluvias, cubriendo al suelo de la degradación por erosión hídrica, proceso que se presenta en gran parte de la región, debido a la combinación de precipitaciones intensas y relieve con mucha pendiente”.

Por otro lado, esta práctica tiene la virtud de reciclar nutrientes, absorbiéndolos en la profundidad del suelo y colocándolos en la superficie mediante la generación de esta fitomasa. “Son muchos los beneficios que ocasiona, y todos están relacionados entre sí. En los últimos años se integran a los sistemas de producción de esta zona y la razón principal por la que comenzó a implementarse, en un principio, fue por el importante aporte al control de malezas. Nuesta idea es continuar estudiando la práctica dentro de las rotaciones más características de la región”.

Berardi precisó que los cultivos de cobertura a introducir son de diferentes especies, como las gramíneas, por ejemplo, las cuales se utilizan mucho y son antecesoras a la soja. En el caso del maíz, generalmente se usa vicia o tréboles, leguminosas que justamente anteceden a un cultivo de gramínea como maíz, de modo de respetar la alternancia. “La vicia fija nitrógeno atmosférico a través de una simbiosis con hongos del suelo y lo introduce en la planta, la que luego, cuando se descompone, lo devuelve al suelo y puede ser aprovechado por el cultivo de renta siguiente. Es decir, se siembra maíz en septiembre y en diciembre ya tenemos choclos, pero antes de eso se necesita una floración y en todo ese período que la planta fue creciendo va consumiendo nitrógeno. La descomposición de los restos vegetales de vicia que dejó el cultivo de cobertura va liberando ese nitrógeno necesario y de esa manera se recicla este nutriente”.

Resultados parciales que sustentan la teoría

Este ensayo está planteado a tres años. Los cultivos de cobertura utilizados son vicia, triticale y un multiespecie que consistió en avena, raigrás, vicia y trébol blanco. “En estos años ocurrieron inviernos muy fríos, primaveras y veranos muy cálidos y secos. Hace dos años que viene una tendencia de baja de precipitaciones que impactó tanto en el desarrollo de los cultivos de cobertura, como en los estivales” indicó el especialista a Argentina Investiga.

Berardi afirmó que el único “talón de Aquiles” que ha podido detectar en todo este tiempo es la competencia que existe entre los cultivos de cobertura y estivales por el agua, en momentos donde la lluvia no abunda. “En años donde las precipitaciones marcan una escasez, esto se vuelve contraproducente porque consumen la reserva de agua que hay en el suelo”.

Así y todo, los investigadores han logrado muy buenos resultados en las variables físicas, uno de los aspectos centrales del trabajo. “Venimos de una agronomía basada en el insumo, es decir: se pone la semilla, el fertilizante, lo protejo de las adversidades con fitosanitarios y espero cosechar. Se perdió de vista la importancia que posee el suelo como soporte fundamental del proceso productivo, es decir, que tenga una condición saludable; fundamentalmente, capacidades de almacenar y transferir agua o nutrientes. Para esto es ideal disponer de altos tenores de carbono orgánico porque estructura mejor el suelo y genera ambientes más porosos y estables”.

Los cultivos de cobertura tienden a mejorar la condición física del suelo y optimizan la infiltración del agua, contribuyendo además a disminuir los riesgos de anegamiento y de erosión hídrica. “Una lluvia puede tener una intensidad de 60 milímetros por hora, y una tasa de infiltración de un suelo en buenas condiciones, como el del Parque Villarino, está entre 30 y 40 milímetros hora. Esto quiere decir que tiene una absorción muy buena. En cambio, un suelo agrícola promedio de nuestra zona oscila entre los 10 y 15 milímetros, por ende, frente a una precipitación de gran intensidad todo lo que sobra empieza a anegar o inundar. Si el suelo tiene pendiente genera erosión y sedimentación en otros lugares, alterando cunetas, alcantarillas, canales, y hasta pueden llegar a las poblaciones. Los beneficios del cultivo de cobertura son evidentes».

También se observó una mejora en la resistencia mecánica en la penetración, una medida de la dureza del suelo. “Se mide en unidades de presión (megapascales). La bibliografía en general marca que el límite de crecimiento de las raíces está alrededor de dos megapascales, es decir, que cuando encuentra una presión mayor restringe su crecimiento o cambia de dirección. Hemos encontrado que durante la convivencia del desarrollo del cultivo de cobertura y el estival, la resistencia mecánica de la presión disminuyó, y que luego de los cultivos estivales se generó un notorio aumento de la misma. Podemos afirmar que el cultivo de cobertura tiene un efecto positivo, disminuyendo la resistencia mecánica, pero que ese efecto se perdería luego. Obviamente, este es el resultado de un año solamente, tenemos que continuar estudiando más años para tener datos con mayor precisión».

La idea de los investigadores es continuar con las mediciones, porque al tener al suelo como objeto de estudio, los factores de cambio son muy lentos y es necesario construir una visión a largo plazo para obtener resultados. “No podemos hablar de cambios reales sin tener variables de entre seis y siete años, o más, recién después podemos tener conclusiones más certeras”.

Berardi participa del proyecto junto a otros integrantes de la Cátedra de Manejo de Tierras: Sergio Montico, Joel Spinozzi, Néstor di Leo, y a miembros de la Dirección del Campo Experimental Emanuel Ceaglio y Ivan Van Kruijssen.

Fuente: Argentina Investiga

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