De máquinas de escribir a procesadores de textos

Por Redacción IDL

A 40 años de la invención de una de las herramientas de procesamiento de textos, ¿impactó en la forma de escribir? ¿cómo se conciben hoy las prácticas de escritura, lectura y enseñanza? ¿Cuáles son los caminos a seguir?

En 1983, la mayoría de las personas todavía escribían palabras en máquinas de escribir, hasta que un 25 de octubre apareció un novedoso software de procesamiento de texto que se convirtió en un elemento omnipresente en oficinas, escuelas y hogares durante cuatro décadas.

Desde sus inicios, este software ha transformado la forma en que escribimos, editamos y trabajamos con palabras y documentos. Mientras celebra sus 40 años, en tiempos en los que impera la imagen, lejos de haber perdido su valor, la escritura adquiere un nuevo rol y protagonismo.

Alejandra Ambrosino, directora del Centro de Educación y Tecnología de la UNL, docente e investigadora en la línea de educación, comunicación y tecnologías de la FHUC, y Ulises Mendoza, Mg. en Nuevas Tecnologías y docente de la FICH, observan de cerca la evolución de esta herramienta democratizadora que se ha convertido en una parte integral de nuestras vidas y ofrecen información sobre las prácticas sociales, como la escritura, lectura y la importancia de aumentar la alfabetización en un escenario transmedia.

Una breve historia del origen

Si decimos «procesador de texto» a muchos nos viene a la cabeza Microsoft Word directamente, el más conocido y usado de todos los de su tipo en la historia. Pero para saber los orígenes de esta categoría de software primero tenemos que definirla. Ulises Mendoza sostiene que se trata de un sistema que permite realizar operaciones sobre el texto escrito sin tener que reescribirlo necesariamente. “Desde la invención de la imprenta, cada vez que queríamos modificar un texto la única forma era modificarlo todo o una gran parte”, recuerda.

Los procesadores de texto no nacieron con las notebooks, de la misma forma que la mensajería instantánea no nació con los teléfonos celulares. En la historia han existido tres tipos de procesador de texto: mecánico, electrónico y de software. “En 1964, IBM puso en el mercado la MT/ST, que añadía una cinta magnética a estas máquinas, su nombre precisamente significaba eso mismo: Magnetic Tape/Selectric Typewriter. En la cinta se almacenaría el texto introducido para su posterior reutilización”, repasa el especialista en educación y comunicación que calificó este momento como una revolución, ya que permitía reescribir todo el texto o reescribir partes, corregirlo e incluso enviar la cinta para que otra persona la editara o hiciera más copias.

Sin embargo, en lo que respecta al desarrollo de software de escritura, justo antes que llegaran las PC al mercado, IBM desarrolló los «floppy disk«, popularmente conocidos como los disquetes, el iCloud de aquellos tiempos. “En esa época no existía el disco rígido, almacenar datos digitales, instalar un programa eran operaciones muy complicadas, tenías que cargar un sistema operativo, después instalar el programa. Copiar archivos o borrar se hacían con comandos, la imagen que nos revelaba el monitor era la de una pantalla negra con una letra y un cursor que titilaba, no existían las herramientas gráficas. Contar esto parece prehistórico”, comenta entre risas el docente de la FICH.

Hasta que en 1978 llegó WordStar al mercado, el primero de los procesadores de texto de software que se popularizó entre los poseedores de una computadora con CP/M, y luego DOS. Tiempo más tarde, Windows. “WordStar fue lentamente sustituido por WordPerfect a mediados de los ’80. Y, más adelante, los procesadores de tipo WYSIWYG (acrónimo de «What You See Is What You Get») como el caso de Microsoft Word, dieron la posibilidad de escribir un documento mostrando el resultado final en la pantalla, junto con fuentes en negrita y cursiva, así como el uso de plantillas. Y fue en estas plantillas donde surgió el impacto inicial de Word en la comunicación”, sintetiza Mendoza.

Leer y escribir en un zigzag de pantallas

Hace 40 años, la frase «procesamiento de textos» significaba todo un complejo de gestión de oficina y manipulación de información, desde fotocopias y dictados hasta protocolos y jerarquías organizacionales. Según el enfoque del sociólogo y antropólogo argentino Eliseo Verón sobre la mediatización, cada hito en la evolución de los medios comporta un cambio de escala, es decir, introduce en la especie humana una nueva forma de percepción.

El caso de la escritura es especial porque es el primer medio y, por ello, aquel al que se vuelve la mirada en cada nuevo estadio de la evolución. Alejandra Ambrosino advierte que la escritura no debe confundirse con el soporte tecnológico, aunque el cambio de soporte incida en la concepción que se tenga de ella. “Se puede pensar que el escenario transmedia es el emergente de la combinación de diversos modos textuales de naturaleza expansiva y descentrada, y de la convergencia narrativa en cuanto a lenguajes y medios que inscriben las plataformas tecnológicas. Esta convergencia hace que se reúnan ciertas prácticas de nuevo tipo, que son prácticas hiperconectadas pero expandidas en la conectividad”, señala.

La aparición de Google Docs en escena fue realmente rupturista, aun cuando no fue la pionera; pero venía de Google y se popularizó de inmediato, a pesar de las enormes carencias que presentaba en su primera iteración. La función de historial de edición de Google Docs proviene de la función «Seguimiento de cambios» de Microsoft Word, que puede encontrar su forma elemental en WordPerfect. Y los complementos de Google Docs se remontan a WordStar, que proporcionaba capacidades de combinación de correo y correctores ortográficos. Es decir, debatir a quién se le ocurrió una determinada característica no sólo era un ejercicio complicado sino también impensado para esas épocas.

Desafíos de la agenda tecnológica

“Si consideramos los procesadores de textos basados en clave de software, podemos reconocer cierta agenda tecnológica que se acelera con el desarrollo de las aplicaciones; en este sentido se puede advertir un ecosistema de prácticas de escritura y lectura que se transforman a través de la inclusión de las particularidades de un procesador de texto que contiene nuevas prestaciones”, reflexiona la docente y agrega: “Creo que el gran desafío en términos educativos es, justamente, pensar en la alfabetización transmedia. Muchas veces se extrapola a que como hoy el “software lo hace”, ¿para qué se enseña?. La educación es el espacio prioritario y privilegiado para promover la construcción del conocimiento y el pensamiento. Por este motivo, tengo que ubicar a la tecnología en función del destinatario, desde una perspectiva de no neutralidad. No hay que dejar de enseñar escritura o lectura, hay que entender que las dos prácticas y los procesos se inscriben en contextos altamente mediatizados, de rasgos divergentes en cuanto a los aprendizajes”.

En palabras de la especialista, las circunstancias de producción actualizan toda la historia de la escritura. “Quien escribe es escritor hipertextual y transmedia. Es alguien que escribe e interviene proyectando en las condiciones materiales del soporte, pero también en la circulación de sus textos y puesta en sentido social de la producción. Un escritor es diseñador, editor y gestor de su escritura expandida”, sintetiza Ambrosino.

Lo cierto es que Google Docs evitó la necesidad del botón “Guardar”. A su vez, también eliminó la preocupación por la pérdida de datos en los rincones de la mente y, por lo tanto, disipó una ansiedad persistente al utilizar procesadores de texto que no solo permiten escribir y editar sino que, además, da formatos y almacena documentos. Diecisiete años después, la combinación de guardado automático y sincronización de archivos con la nube, probablemente salvó a un sinnúmero de personas. Por si viene al caso, esta nota fue escrita, comentada y revisada colaborativamente en Google Docs.

Fuente: Argentina Investiga

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