Medicina alopática y curanderismo en la historia regional

Por Redacción IDL

Desde tiempos remotos, las personas han recurrido a diferentes modos de atención de la salud para mitigar las más variadas dolencias: acudían tanto a médicos diplomados como a curanderas, brujos, parteras, ilusionistas o hipnotistas. La Dra. María Dolores Rivero (ISHIR; CONICET-UNR), lleva adelante un estudio sobre el mercado terapéutico que incluía diversidad practicas del curar que se realizaban entre fines del siglo XIX y la primera mitad del XX en la región centro del país, focalizando el estudio en las realidades históricas de Córdoba y Santa Fe y proyectando incluir en su análisis a la provincia de Entre Ríos.

Curar: una actividad con muchas ofertas
Desde fines del siglo XIX hasta la primera mitad del XX, ciertas personas que se dedicaban a la curandería, al hipnotismo, la brujería y a diversidad de prácticas dedicadas al mejoramiento y/o cuidado la salud por fuera de la medicina alopática, venían del extranjero y recorrían las ciudades de Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Estas apariciones se reflejaban en la prensa local, generando opiniones en torno a la legalidad y legitimidad de las actividades que llevaban a cabo. “Muchas de éstas prácticas eran itinerantes, precisamente porque la ley generaba instancias persecutorias, entonces muchos de estos personajes se fueron moviendo de un lugar a otro” indica María Dolores Rivero, doctora en Historia por la Universidad Nacional de la Plata, investigadora del CONICET e integrante del ISHIR, lugar donde lleva adelante su investigación bajo la dirección de la Dra. Sandra Fernández.

¿Cómo es que se está dando el avance del curanderismo, que estamos haciendo nosotros, los médicos, en tanto profesionales de la salud, o que no estamos haciendo para que estos personajes sigan avanzando sobre nuestro terreno? ¿En que nos estamos equivocando? Eran algunos de los debates que se daban en notas periodísticas en los diarios de tirada y también en revistas médicas a los que accede Rivero para su investigación. Algunas discusiones planteaban que era clave la cuestión de la agremiación; la institución que los nucleaba y representaba no estaba lo suficientemente homogeneizada para que pudiesen hacerle frente a este problema que -de acuerdo a muchos representantes de la tribuna médica y la prensa- estaba asociado directamente a la criminalidad y también a la ignorancia de la población en general, que prefería asistir a estos “consultorios” en lugar de ir al hospital. “El asunto es que, en el imaginario colectivo, el hospital a fines del siglo XIX y principios del XX era un lugar adonde las personas iban a morir. Las coyunturas epidemiológicas complejas, de crisis, evidenciaban la escasez de recursos y las limitaciones de la biomedicina de entonces” explica Rivero.

En la prensa de más amplia tirada, la investigadora indica que aparecen notas periodísticas con fotografías donde se estigmatiza y criminaliza a estos practicantes, y también hay pedidos de los editores de los periódicos para erradicar. Respecto de este punto, Rivero señala “Es llamativo que no se refiriesen nunca a saberes; en todo momento se habla de prácticas- sin importar cuál fuese su origen. Todas estas ejecuciones eran consideradas y nombradas como prácticas que, de algún modo, venían a coartar una idea de progreso y de ciencia”.

“En muchos parajes, en las regiones de Córdoba y Santa Fe, estos sujetos contaban con la legitimidad y el reconocimiento de sus vecinos. Algunos eran itinerantes, llegaban del extranjero con todos los títulos; otros, por el contrario, estaban absolutamente instalados en la sociedad donde vivían y eran el amigo, el primo, el tío de alguien, o ya habían ejercido sus labores curativas sobre varios miembros de la familia” relata la investigadora y explica, en este sentido, que la cuestión de la legalidad a fines del XIX no representaba un elemento clave para los usuarios; bastaba con que esta persona tuviese una trayectoria, con que eventualmente fuese el pariente de alguien conocido para acudir a su atención. “Concretamente esto se ve de manera clara en el caso de la atención de la salud en los partos. Medicalizar y hospitalizar los partos fue un proceso muy complejo, las mujeres preferían seguir atendiéndose en sus hogares con la partera o la comadrona que había atendido ya a su madre o a su hermana” indica.
Siglo XIX: sociedad “curanderizada” y avance de la medicalización.

“El proceso de medicalización de la sociedad, del que habla el Dr. Diego Armus, es inacabado e incompleto y nunca puede ser pensado en términos lineales y progresivos. La existencia de todos estos personajes y sus prácticas da cuenta de que la ciencia médica diplomada ha avanzado, sin duda, pero este proceso fue muy costoso y no terminó de erradicar otras faenas curativas” explica la investigadora.

“Para el siglo XIX, Adrián Carbonetti sostiene que tenemos que pensar en una sociedad curanderizada” señala Rivero y agrega “La primera persona a la que acude un individuo en el marco de una situación doliente es el curandero, la comadrona. El avance de la medicalización se da en un momento a fines del siglo XIX en el que se está terminando de consolidar el Estado Nacional y la figura de los médicos fue clave en ese proceso. Para los galenos fue muy importante ser parte de tamaña empresa, pero para el Estado también era sustancial que ellos, nucleados, fueran parte de eso. Para los médicos fue entrar en agenda, en escena, a partir de los espacios políticos que ocuparon. Así y todo, estos personajes, ilusionistas, hipnotistas, curanderos, brujos, siguieron ejerciendo sus actividades”.

Relación dialógica y no dicotómica
A raíz de sus avances en la investigación, Rivero sugiere “En primer lugar, propongo no pensar esto en términos antagónicos. Es decir, intentar escapar de la clásica dicotomía médicos diplomados versus otros oferentes de la salud”. Por otro lado, propone no mirar a estos personajes sólo a través del prisma de la biomedicina. El desafío es, precisamente, empezar a observarlos y estudiarlos, sabiendo que incluso hay relaciones y puntos de contacto entre médicos, curanderos y otros practicantes.

En línea con lo anterior, Rivero señala que considera una apuesta teórico-metodológica interesante aquella que indague en las particularidades de éstos sujetos, en el inicio de sus prácticas, las continuidades y las rupturas, los puntos de relación entre ellos mismos, curanderos, comadronas, brujos, ¿hay diálogo entre sus saberes? ¿Cuáles son las prácticas que se comparten y cuáles no? ¿Cuáles son las materialidades con las cuales trabajaban? Y con respecto a la legalidad y la legitimidad, que pasa en una localidad o paraje, donde hay médicos y curanderos. ¿Pesa más la legalidad o la legitimidad?
La investigadora hace énfasis en las estrategias de estos personajes porque, así como para los médicos fue fundamental en términos estratégicos como corporación ser parte de la consolidación del Estado Nación, los curanderos, parteras, hipnotistas, también han desarrollado destrezas, no en términos legales de las esferas estatales, pero si para para posicionarse y competir en ese mercado terapéutico que integraban. “Esas estrategias se anclaron, por ejemplo, en el establecimiento de contacto con determinadas esferas de los medios de comunicación y con la política. Hay un caso muy particular, que estudiamos con la Dra. Paula Sedrán, y es el de Fernando Asuero; proveniente de España, concretamente del País Vasco, y en apariencia médico otorrinolaringólogo. Arriba a la Argentina trayendo un método curativo revolucionario que se llama Asueroterapia. Sin dudas, esta denominación ya nos está indicando un formato de presentación singular que apunta a colocar de relieve su nombre. Llegado a la Argentina, entonces, lo reciben en lugares emblemáticos, en la asociación vasca, incluso llega a entrevistarse con Hipólito Irigoyen. Este caso viene a mostrar que los caminos que estos oferentes transitan no son un dato anecdótico; los elementos de los cuales van haciendo uso para aparecer en los diarios, para promocionarse, para vender sus productos, son tramas que considero deben ser exploradas y analizadas” indica Rivero.

Primeros pasos en la investigación
Los inicios de los estudios de Dolores Rivero estuvieron ligados a un grupo de investigación de Córdoba que se especializaba en los estudios sociales de la salud y la enfermedad. “Al comienzo de la Licenciatura en Historia, me encontré con el estudio de la historia de las epidemias de la mano Adrián Carbonetti, investigador que se enfocaba en el examen en la pandemia de gripe española que se suscitó a principios del XX en dos brotes: en 1918 y 1919. Así ingresé en este campo bastante nuevo de la historiografía latinoamericana y nacional que comenzó a poner en agenda éstas problemáticas, junto a otras ligadas al binomio salud/enfermedad, en las décadas de 1970/80” relata Dolores Rivero.

“Empecé a interrogarme y a indagar en ciertas las prácticas y representaciones en torno a enfermedades concretas, como la gripe y el cólera en Córdoba. Luego ingresé en el estudio de la historia de la industria farmacéutica vista a partir de las publicidades de medicamentos y de insumos médicos especializados. Primero, a partir de la revisión de la revista del Círculo Médico de Córdoba, para luego sumar a mi estudio la del Circulo Médico de Rosario y de la Asociación Médica Argentina. Esta expansión se dio en el marco de mi tesis doctoral, con el objetivo de ampliar el espectro y reconocer la oferta publicitaria para un público tan especializado como el de los médicos diplomados de la región central” relata la investigadora ; y agrega que cuando estaba en la mitad del trabajo, comenzó a preguntarse qué pasaba por fuera de ese mercado oficial, que estaba avalado por la ciencia nacional y por la medicina alopática. Sabía que esos “modos ortodoxos” no eran los únicos caminos para recobrar el estado de salud, ni en tiempos históricos ni en la actualidad, que no había aproximaciones historiográficas en Córdoba que examinaran a estos practicantes heterodoxos o que están en los límites o en las fronteras de la biomedicina, estos híbridos” señala la Dra. Rivero.

Así fue que Rivero inició su exploración para conocer el modo en que las fuentes periodísticas, la prensa, en términos discursivos, construían a estos personajes, sus prácticas y saberes y también en torno a lo que decían concretamente los médicos acerca de estas prácticas y sujetos que, en apariencia, al menos en esas investigaciones preliminares, estaban en un lugar antagónico: eran médicos versus curanderos, hipnotistas, ilusionistas. “Estos primeros análisis tuvieron que ver con los antecedentes que iba recopilando, y que analizaban las realidades históricas de otros puntos del país, sobre todo el caso de Buenos Aires”, indica Rivero.

De la biomedicina a los límites y márgenes
En el marco de sus estudios posdoctorales, Dolores Rivero decidió cambiar radicalmente de tema. “Me fui de la historia de la ciencia, de la medicina alopática o lo que se denomina la nueva historia de la medicina para ingresar en este sub-campo que hasta el día de hoy está en proceso de construcción. Empecé a pensar en quienes eran estos practicantes, de donde surgían sus capacidades o habilidades para curar, si estaban legitimados o no, en la provincia de Córdoba” señala.

A medida que fue avanzando, Dolores Rivero, quien se puso en contacto en esta etapa con la Dra. Paula Sedrán, empezó a integrar otros espacios de indagación para ingresar en una lógica que implicara hacer una investigación que mostrara un mapeo más amplio. Al respecto indica “Para examinar y reconocer qué sucedía en Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, no de manera aislada, sino pensado en términos regionales; considerando la posibilidad de que existieran salvoconductos, comunicaciones, entre estos practicantes. Habilitando la observación en torno a las estrategias de estos sujetos para posicionarse y competir en lo que considero que es un mercado terapéutico que está integrado por todos ellos, incluyendo a los médicos diplomados. En ese sentido, la propuesta presenta potencial, es novedosa, a partir del alejamiento de la lógica dicotómica y pensando en términos regionales” concluye.

Por Ana Paradiso
ISHIR (CONICET-UNR)

Fuente: CONICET Rosario

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