«Hermanas de Caridad»: la historia de las mujeres que cuidaban enfermos graves

Por Redacción IDL

Hace más de un siglo, en e Hospital Iturraspe de Santa Fe, un grupo de religiosas brindaba atención a pacientes con enfermedades infectocontagiosas. Entre ellos, personas con sífilis y tuberculosis, a quienes cuidaban con entrega y coraje.

Corría el año 1922. En aquella época, el nosocomio central era el viejo Hospital “J. B. Iturraspe”. Había secciones y pabellones separados y asignados para enfermos de acuerdo a sus patologías -incluso existía un sifilicomio; los afectados por tuberculosis también estaban apartados-. El reglamento general del establecimiento se había aprobado tres años antes.

Pero en el frente de batalla, en la línea de fuego que separaba la vida de la muerte, cuidando y aliviando el dolor de los enfermos graves -sobre todo de patologías infecto-contagiosas- había mujeres “invisibles” pero heroicas. Pues estaban expuestas a contraer una infección: incluso muchas de ellas se contagiaban y fallecían.

Cumplían con el mandato cristiano de ayudar al prójimo. Eran las Hermanas de Caridad, religiosas encargadas de esa labor trabajosa y, al mismo tiempo, de alto riesgo sanitario. Todo esto está documentado en el digesto histórico de 1922, que no es otra cosa que un compendio de normas, decretos y ordenanzas que regulaban la vida en sociedad en Santa Fe y las instituciones públicas.

La Hermana Superiora

Las Hermanas de Caridad dependían directamente del Médico-Jefe del hospital -en materia de administración- y del personal médico y técnico en lo referente a la atención de los enfermos. Pero había una Hermana Superiora que las dirigía, y que era la encargada de administrar las mercaderías que se recibían para los enfermos.

Además, la Hermana Superiora coordinaba la designación de las Hermanas de Caridad, y también hacía las veces de “contadora” y “secretaria administrativa”. Es que debía solicitar todos los días a los proveedores las mercaderías que juzgara necesarias para el consumo diario del establecimiento, y todo debía constar en Libro de registros.

También, tenía que organizar el personal de las Hermanas de Caridad en la atención de los enfermos ubicados en los distintos pabellones y secciones; y establecer, de acuerdo con el Médico-Jefe, la forma en cómo debían actuar los enfermeros, enfermeras y ayudantes de cada sección, el servicio de guardias nocturnas y de vigilancia externa nocturna.

Qué hacían

Las Hermanas de Caridad debían “suministrar personalmente los medicamentos a los enfermos con la regularidad y exactitud indicada por los médicos; acompañar a los médicos en sus visitas diarias a las salas, para recibir indicaciones y prescripciones relativas a cada enfermo”, indica la ordenanza de 1922.

También, tenían que velar que el personal “cumpliera con las obligaciones que a cada uno de los empleados corresponde”, y asegurar el trato para todos los enfermos “con igual atención, solicitud y respeto”; inspeccionar los alimentos y vigilar su distribución de acuerdo a cada prescripción médica.

Las Hermanas debían, además, estar presentes en los comedores para garantizar el orden entre los enfermos; “cuidar que los pabellones se mantuvieran en perfectas condiciones de higiene, y vigilar que tanto los enfermos como sus ropas, inclusive las camas, estén siempre en condiciones higiénicas y de limpieza”. Hacían de todo. Fueron precursoras de la enfermería.

Tuberculosis

La “Sección C” era la asignada para los enfermos de tuberculosis. Allí, las Hermanas de Caridad tenían que garantizar que las salivaderas de mano y de piso tuvieran la solución desinfectante usada y que ésta sea renovada con la frecuencia necesaria.

La tuberculosis es una enfermedad infecciosa causada por una bacteria que casi siempre afecta a los pulmones, aunque puede tomar a otros órganos. Se transmite de persona a persona a través del aire (aerosoles que se expulsan al hablar, por caso). Con todo, la exposición al riesgo de contagio era muy elevada.

“Hasta tanto se construyera el departamento para la habitación de las Hermanas, éstas se instalarían en el departamento destinado a la Administración, excluyendo dos piezas independientes del ala izquierda, que se reservarían a Mesa de Entradas y Examen de Enfermos”, dice el artículo 31 del digesto.

Y para sus prácticas religiosas, las Hermanas contaban con el servicio de capilla “para su uso exclusivo”, que se dispuso “en una pieza del mismo local que les quedaba provisoriamente destinado”. Habitaciones, capilla… Estaban amontonadas, exponiendo sus vidas para paliar el dolor de los convalecientes.

El Capellán

Quien oficiaba las prácticas religiosas era el Capellán. “En el cumplimiento de su Ministerio, debía estar cerca de los enfermos y llenar todas aquellas indicaciones de profilaxis que se requiera, a la vez que su seguridad personal y la de otras personas con quienes pueda estar en relación”. Se le permitía usar tan sólo un delantal como protección sanitaria.

El espacio de la caridad “se convirtió en una experiencia de empoderamiento de las mujeres, quienes encontraron en las actividades filantrópicas una opción aceptable de participación en la esfera pública, y así fueron construyendo y ejercitando sus prácticas asistenciales, que fueron sociales y políticas al mismo tiempo”.

La definición pertenece a Natalia Vanesa Villalba, en su publicación académica “Al alivio de la humanidad doliente. Una historia social de la Sociedad de Beneficencia de Santa Fe: Hospital de caridad y asistencia sanitaria (1902-1930)”. La definición es perfecta pues resume el espíritu de ayuda al prójimo.

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