Revivir una obra de arte. Un oficio antiquísimo que apunta directo al corazón de las piezas antiguas, que el paso del tiempo les pasa factura y necesitan revitalizarse. En un injusto resumen es el trabajo que hace Mauro Fornari hace tres décadas.
El especialista abrió su taller para dialogar con El Litoral, en una nueva entrega del ciclo “Oficios”, que resalta la labor de aquellos que se destacan, que resaltan por algún elemento vital para su tarea.
Un oficio técnico con corazón
—¿Cómo comenzaste en la restauración de obras de arte?
Yo soy restaurador de obras de arte, nací en Santa Fe, y hace ya 32 años que me dedico a esto. Mi punto de partida fue como colaborador del restaurador Salvador Masa, en el retablo de la Basílica de Guadalupe. Ahí entendí lo que significaba una obra de restauración.
—¿Cómo fue tu formación?
En 1994 viajé a Italia. Tuve la suerte de formarme en el taller de una restauradora egresada del Instituto Central de Restauración de Roma, uno de los más importantes del mundo. Ella me enseñó que este es un oficio profundamente técnico. El restaurador no crea: diagnostica, interviene y cura.
—¿Qué pasos seguís para restaurar una obra?
Primero analizo el estado de conservación. Estudio las patologías: golpes, problemas estructurales, pérdida de color o estabilidad. Con eso, elaboro un proyecto. Luego viene la limpieza, consolidación, reconstrucción de partes faltantes y, si es posible, la reintegración cromática.
La delicada tarea de recuperar una escultura, en este caso religiosa. Foto: Fernando Nicola.
—¿Ese orden siempre se mantiene?
No. Si la obra está tan frágil que no puedo ni tocarla para limpiarla, tengo que saltar directamente a la consolidación. Es un proceso flexible, muy dinámico. Cada obra es única, y es ella la que me va marcando el camino a seguir.
Fornari trabaja hace tres décadas como restaurador. Foto: Fernando Nicola
Sorprendido por el pasado
—¿Te tocó descubrir algo inesperado durante una restauración?
Sí. Una vez, restaurando unas témperas del 1800, hicimos cateos de limpieza y descubrimos, a unos 3 cm de profundidad, un fresco tardo gótico prácticamente completo. Fue tan impactante que la Secretaría de Bienes Culturales decidió dejar de lado lo que habíamos ido a restaurar y enfocarnos en ese hallazgo oculto.
—¿Hay alguna obra que te haya emocionado especialmente?
Sí, una que me marcó mucho. Cuando tenía 12 años, mi madre me llevó a conocer la iglesia de San Ignacio de Loyola en Roma. Me impresionó una obra monumental de Andrea Pozzo, una bóveda pintada que representa la Asunción al cielo de San Ignacio.
En 1999, integré el equipo de restauración de esa obra. Fueron 1350 metros cuadrados de pintura al fresco del siglo XVII. Fue la primera vez que se restauró esa obra desde su creación. Me emocionó profundamente. Fue cerrar un círculo personal y profesional.
—¿Por qué decidiste volver a Santa Fe?
En el año 2000 volví con el deseo de aplicar todo lo aprendido en Italia en nuestro patrimonio. Santa Fe tiene obras impresionantes. Al taller han ingresado piezas que nunca imaginé que llegarían. El patrimonio que tenemos merece muchísima atención. Mi compromiso es con esa belleza que aún tenemos por cuidar.
Fuente: El Litoral